VIVIR ENTRE FRONTERAS

Columnistas
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Por: Diego Calle Pérez

Y no me refiero al Valle tierra de caña, miel y salsa. No es lo mismo nacer viendo montañas, ver la orilla de un río cruzando su caudal, a nacer junto al mar. Nunca había entendido lo diferente que es vivir en las fronteras, de un país, que se olvida, de los que hacen parte de su territorio. Vivir en la frontera hasta de una subregión, de una provincia, de la ciudad capital, aunque parezca cerca, se tiene que asimilar de diferente manera.

Vivir en la capital de departamento, vivir en el cruce del río Amazonas, en Leticia, vivir en Arauca, vivir en Puerto Carreño, vivir en Acandí Chocó, vivir en Tumaco, vivir en Mocoa es tanto distante y diferente a vivir en el área metropolitana de Medellín, Bogotá, Bucaramanga y Barranquilla. Hoy nos acerca más la tecnología de la comunicación, la creación de los canales regionales de televisión iniciaron un trabajo de podernos ver entre los mismos del departamento, los canales regionales posicionaron en algo el sentido de pertenencia, luego las universidades públicas se dieron a la tarea de construir programas de pregrado para que no se desplazarán los estudiantes a otras ciudades y otros departamentos.

Se podría escribir la diferencia entre el que emigra desde Arauca al interior del país y de los que llegan de otros departamentos a Bogotá, se podría escribir de los muchos que llegan de diferentes partes de Colombia a la capital metropolitana de Medellín, podríamos escribir de la pobreza, de la educación y la salud, de la contaminación ambiental y de la falta de agua potable y de cuantas cosas están por gestionar en diferentes departamentos de la quebrada geografía nacional.

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Durante décadas, vivimos en cierta medida, aislados de muchos temas de fronteras y solo escuchábamos mitos y leyendas, ahora, todo se hace tan visual como abrir tu cuenta en facebook y en google publican fotos del parque principal del pueblo más olvidado y de la vereda más alejada. Urabá parece ser más otro departamento de Colombia que una subregión de Antioquia, la alta Guajira parece ser más territorio Venezolano y el puerto de Buenaventura parece una isla en medio de la nada, de calles sin pavimentar, de calles de pobreza y miseria, de la otra Colombia que todos creen conocer como tantos pueblos que solo recuerdan en tiempo de campaña electoral. Tan diferente es vivir entre montañas y los valles de Colombia, tan diferente que es la vida entre las fronteras. Tan diferente es vivir entre ciudades y pueblos alejados de las carreteras que van al mar.

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