Sin mirar para atrás, solté las amarras y quemé mis navíos.

Columnistas
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Por: Gonzalo Concha

El vienes 13 de marzo, del 20/20 cuando un espeso y raro ambiente lentamente y sin pausa todo lo invadía, anunciando en voz baja la inminente llegada del Covid-19, sin mirar para atrás, marqué un apresurado adiós, partiendo ligero de equipaje para las montañas; dejando atrás y para siempre, mi actividad, después de 35 años de ininterrumpidas e inolvidables vivencias de buceo recreativo, en Apnea 2000, tiempo y espacio donde se me permitió la invaluable oportunidad de haber sido gerente de mis propios sueños.

Hoy treinta y dos meses después, cuando se asoman los tres años, a quienes me preguntan por mi tiempo de regreso al agua, solo puedo decirles que ese viernes 13 de marzo del 20/20 rubriqué con tinta indeleble mi punto de no retorno, que ya mis navíos fueron quemados, dando siempre gracias a Dios, primero por 50 años de buceo placentero y seguro, lo que me ha permitido vivir para contarlo; y segundo, por haber sobrevivido a tan feroz pandemia, mostrándome de nuevo la seguridad y bondad de las montañas, dejando ahora y para siempre, quieto al profundo mar, a quien eternamente agradeceré por haberme permitido navegarlo, explorarlo y disfrutarlo con placer, seguridad y respeto.

En estos tiempos cuando la pandemia pareciera haber agonizado, dejando sí una extraña y pesada atmósfera apocalíptica, quiero reconocer todas las lecciones aprendidas de lo que fue esa larga noche de aquel inolvidable episodio universal.

Por todo esto, retomo hoy lo escrito en marzo de este año, para que nunca se me olvide lo frágiles e indefensos que somos, así como lo expuestos que ahora estamos como especie, cuando este, nuestro único planeta pareciera estar enviando alarmas tempranas de episodios nunca esperados.

Gracias a la pandemia aprendimos y entendimos muchas cosas, entre otras:

Que un virus respiratorio como el Covid-19, no atiende ni le importan: los gobiernos de derecha, centro, ni de izquierda; así como tampoco la política; la religión, ni la economía; que este virus, solo atiende y se enfrenta con la ciencia y la investigación.

Sobre este particular el Dr. Michael Osterholm, fundador del Centro para Enfermedades Infecciosas (Cidrap) de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos) al inicio de la pandemia escribió en su momento:

“Este virus opera bajo tres principios: las leyes de la química, las de la física y las de la biología, y ninguna persuasión política, ninguna declaración de ningún líder, ningún deseo ni esperanza cambiará eso.”

En este balance, podríamos declarar sin temor a equivocarnos a la SOLIDARIDAD, como la lección mejor aprendida en tan difícil tránsito; cuando fuimos sorprendidos por manifestaciones y actitudes de personas que creíamos lejanas, pero que estuvieron allí para nosotros, haciendo lo que se podía con lo que se tenía, sembrando inolvidables lecciones de humanidad.

En segundo lugar, podríamos decir que la RESILIENCIA, marcó un punto muy alto en la vida de la mayoría de las personas; es así como ahora cuando nos reencontramos, no deja de sorprendernos su ejemplar optimismo y compromiso, frente a sus nuevas realidades.

Adicionalmente son muchos otros roles que se disputan puestos ejemplares, entre los que podríamos rescatar:

La importancia de los TRABAJADORES ESENCIALES; resaltando el PERSONAL DE LA SALUD, los PRODUCTORES Y TRANSPORTADORES DEL CAMPO, así como POLICÍAS, BOMBEROS y un significativo número de EMPRENDIMIENTOS de JÓVENES DOMICILIARIOS.

El salto cuántico, lo dieron las redes sociales, con todas sus interacciones virtuales, sumado a novedosos EQUIPOS y revolucionarias TECNOLOGÍAS.

El exitoso TRABAJO REMOTO y la sorprendente EDUCACIÓN VIRTUAL, en la que maestros, padres de familia y estudiantes, fueron los héroes de la jornada.

La inesperada visita de la FAUNA SILVESTRE a nuestros linderos.

El COMPROMISO COLECTIVO frente a la BIOSEGURIDAD, sumado a las VACUNAS, que a pesar de los incrédulos y escépticos con teorías chamánicas, esotéricas y religiosas, terminaron ganándole la batalla a un mortal virus, que en Colombia llenó de huérfanos y viudas a un poco más de 150.000 hogares y arrebató del planeta a unas 18.000.000 personas, mal contadas.

Al azar de entre las cenizas podríamos resaltar un puñado de cosas buenas de este inédito tránsito por el camino de nuestra historia reciente, de las que bien vale la pena empoderarnos para continuar más fortalecidos con nuestras vidas, recomponiendo donde corresponda, por el bien de todos quienes logramos sobrevivir y que en esta segunda oportunidad, asumamos el irrenunciable compromiso de ser mejores seres humanos y unos habitantes más responsables, observando una convivencia más armoniosa con la biodiversidad de este nuestro amenazado planeta.

Hoy, cuando el sol ha vuelto a brillar con igual intensidad para todos, bien vale recordar una vieja anécdota marinera:

Cuando llega la marea alta, todos los barcos suben; pero cuando llega la marea baja, descubrimos a quienes les tocó nadar desnudos.

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