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LA UNIDAD DEL GOBIERNO

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Por: José Gregorio Hernández

No es bueno para el presidente de la República, ni para la estabilidad de la rama ejecutiva, ni tampoco para el país, ver a unos ministros descalificando públicamente el trabajo de una de sus colegas. Por mucha razón que tengan respecto a cualquier actividad, proyecto o programa gubernamental, el camino indicado no es la división del equipo de gobierno ante los medios de comunicación, sino el debate interno. 

En nuestro criterio, el espectáculo que en los últimos días han ofrecido algunos altos funcionarios a propósito del proyecto de ley que reforma el sistema de salud no es edificante. Es inconveniente, y rompe la unidad del gobierno, generando su desprestigio, menoscabando su credibilidad y causando inseguridad en la ciudadanía. 

Como lo hemos subrayado en otras ocasiones, a la luz de la Constitución Política, es el presidente de la República, en su calidad de jefe del Gobierno, el llamado a dirigir, coordinar y conducir todo lo que atañe a la adopción de las grandes directrices, iniciativas y orientaciones de la administración, desde luego escuchando y dando lugar a la previa controversia interna, pero sobre la base de su liderazgo, en cuanto es él quien resultó elegido por el pueblo en las urnas. No los colaboradores que escogió. Precisamente, para ese efecto de coordinación y acuerdo interno han sido previstos los consejos de ministros, en cuyo seno habrán de ser presentadas diferentes propuestas sobre la acción gubernamental, para su deliberación, con la participación de todos.  

Como en todo órgano estatal, no necesariamente hay posiciones unánimes, particularmente en asuntos de suyo controversiales. En ningún gobierno -ni en Colombia, ni en el mundo- se puede exigir la unanimidad. Habrá discrepancias, correcciones y necesidad de acuerdos, pero, concluidas las discusiones, quien tiene la última palabra es el jefe del gobierno. Una vez decide el presidente, ha sido señalado el rumbo por el cual debe seguir todo el conjunto. Si las discrepancias de alguno o algunos miembros del gobierno son de tal magnitud que se hace imposible conciliar, y no pueden apoyar al presidente, lo normal es que renuncien, como hace unos meses ocurrió en la Gran Bretaña, y como lo hemos visto en otros países. 

Hacia el exterior, ante la ciudadanía, cuando ya se han adoptado las decisiones y han sido establecidos los puntos esenciales de las políticas, programas y proyectos oficiales, el Gobierno es uno solo, y las discrepancias, dudas e inquietudes han quedado resueltas. Como expresa la Constitución, tales funcionarios asumen responsabilidad y deben ser solidarios con el Gobierno o salir de él.  

Ahora bien, no es leal con los colegas filtrar a la opinión pública las discrepancias que han tenido lugar en su interior y que ya han quedado resueltas. Los ministros y directores de departamento administrativo deben actuar de consuno, porque son un equipo. Está muy bien que obren en colaboración armónica, pero dentro del debido respeto a las competencias.   

Según el artículo 208 de la Constitución, cada ministro y director de departamento administrativo es jefe de la administración “en su respectiva dependencia”. Bajo la dirección del presidente, formula las políticas “atinentes a su despacho”, dirige la actividad administrativa y ejecuta la ley. 

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¿De qué cambio se trata?

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Por: Jesús Vallejo Mejía 

Conviene preguntarse por el cambio que proyecta un gobierno controlado por comunistas.

Para entenderlo, hay que volver sobre su catecismo, el “Manifiesto Comunista”, de Marx y Engels. Vid. Manifiesto del Partido Comunista (ataun.eus).

Si bien es cierto que las ideas de los comunistas han experimentado distintas evoluciones a lo largo de los años, de suerte que hoy parece adecuado hablar de un neocomunismo enriquecido por diversos aportes ideológicos, tales como los atinentes al género, el esquema conceptual del Manifiesto mantiene su vigencia entre ellos.

Su punto de partida es el materialismo dialéctico, que conlleva la negación del factor espiritual en la historia y la vida de las sociedades. De ahí se sigue la denuncia de la religión como coadyuvante de la explotación del hombre por el hombre, en la que reside la injusticia capital que reina en las sociedades. La denuncia de esa explotación se extiende al sistema de clases sociales que da lugar a que unas opriman a otras, lo que suscita un estado constante de lucha entre ellas que constituye por así decirlo el motor de la historia. Ésta se explica precisamente por la lucha de clases, las cuáles se configuran a partir de la propiedad de los medios de producción. Hay clases propietarias y clases desposeídas que sólo cuentan con su fuerza de trabajo cuyo producto es despojado por quienes las oprimen. La meta de la historia es la desaparición de las clases y, por consiguiente, de la propiedad privada de los medios de producción. La sociedad justa será aquella en que dichos medios pertenezcan a la colectividad, estadio en el que cada uno dará de sí lo que esté dentro de sus capacidades y recibirá de la comunidad lo que requiera según sus necesidades. Entonces se pasará del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad.

La idea de la democracia, según estos postulados, versa sobre la desaparición de las clases, a partir de la cual podrá entonces hablarse de una sociedad igualitaria en la que no haya poseedores ni desposeídos, como tampoco opresores y oprimidos. Y la libertad se concibe como emancipación de todo límite impuesto tanto por la sociedad como por la naturaleza. La libertad deja de ser un medio para que el ser humano trascienda hacia estados espirituales superiores y se la concibe como un fin en sí misma, esto es, como un estado de arbitrariedad que justifica que cada uno haga de su capa un sayo.

La búsqueda de esta utopía exige cambios radicales, esto es, revolucionarios, en las sociedades y, en el fondo, en los seres humanos. Hay entre los que las promueven la idea de la total plasticidad del hombre que permite modelarlo según los designios de los agentes de la transformación. La gestación del Nuevo Hombre es un leitmotiv de sus empresas políticas. La ingeniería social llamada a introducir mediante el poder una supuesta racionalidad en todos los aspectos de la estructura y el funcionamiento de las colectividades es su gran aspiración.

“Todo nos llega tarde, ¡hasta la muerte!” exclama un poema de Julio Flórez. Vid. Poema Todo nos llega tarde de Julio Flórez – Análisis del poema (buscapalabra.com).

Lo mismo podemos decir de estas ideas que trataron de ponerse en práctica en la URSS y Europa oriental en el siglo pasado, así como en Cuba desde 1959, por no hablar de China, Corea del Norte, Vietnam y algunos países africanos. El propósito de realizarlas es uno de los sueños del siglo XX que terminó convirtiéndose en pesadilla. Así lo expone con envidiable lucidez Furet en “El pasado de una Ilusión”: Vid. Queue PDF – Furet, Francois – El Pasado De Una Ilusion, Fce, 1995. [546gq66p8xn8] (idoc.pub). Y lo reitera Vladimir Tismaneanu en “El Diablo en la Historia”. Vid. El diablo en la historia: comunismo y fascismo | C L I O N A U T A: Blog de Historia (hypotheses.org).

Los comunistas que hoy detentan el poder entre nosotros procuran ocultar su identidad negando que se proponen someternos a los delirios del socialismo. Pero, como suele decirse por ahí, a menudo el subconsciente los traiciona. Si el uno descalifica el régimen en que hemos vivido señalándolo como algo similar al de los nazis y la otra no sólo le niega su carácter democrático, sino que ensalza a la dictadura cubana como una verdadera democracia, ya sabemos por dónde va el agua al molino. Cuando se atribuye a un supuesto neoliberalismo que rige entre nosotros el poner en peligro la supervivencia de la especie humana, se resta toda justificación a la economía de mercado, a la libre iniciativa particular y, en suma, a la propiedad privada. Y si se proclama que hay que decrecer para que sólo se produzca lo estrictamente necesario, el camino hacia la planificación central y la estatización totalitaria de la economía queda despejado.

Tismaneanu insiste en la índole antiliberal del programa comunista. Como lo he reiterado aquí muchas veces, la extrema izquierda que anida hoy en el Pacto Histórico está animada por propósitos totalitarios y liberticidas. So pretexto de liberarnos de unas cadenas, aspira a subyugarnos bajo el peso de otras que serían más opresivas. El talante, más que autoritario, despótico de quien nos gobierna nos hace pensar en el dictum de la que lo secunda: “¡De malas!”. Así estamos.

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GLORIETAS DE MEDELLIN ESTAN VETUSTAS

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Por: Luis Pérez Gutiérrez

La infraestructura vial para movilidad de Medellín se envejeció. La ciudad no se mueve. Medellín no ha vuelto a hacer obras viales grandes. Cada día se extiende más el pico y placa en detrimento de la comodidad y paciencia de los ciudadanos. El tiempo que la gente pasa en los trancones aumentó entre 2021 a 2022 en 72%, según INOX. Y entre 1000 ciudades del mundo medidas, Medellín ocupa el puesto 18; en el mundo, Medellín es de las ciudades en las que más tiempo pierde el ciudadano en trancones vehiculares. Sin duda, un puesto muy indigno. Se está desmejorando aceleradamente la calidad de vida en la ciudad.

Aunque una glorieta pareciera un elemento simple y sin mucha importancia, la vejez de la movilidad en Medellín se refleja en sus vetustas glorietas. El tráfico creció y la ciudad no hizo infraestructura. La imagen progresista de una ciudad se observa en las infraestructuras de movilidad de las personas y de los vehículos. La capacidad de movilidad de las glorietas ha sido superada hace muchos años por el alto tráfico. En todas las glorietas hay largas colas, están colapsadas.

Medellín, como casi todas las ciudades de Colombia, fundamentó su desarrollo vial en la Glorietas, o, rotondas. Y era razonable, eran ciudades pequeñas o medianas en crecimiento. Con los años, todas las glorietas perdieron la capacidad de absorber el tráfico cada vez más pesado. Llevamos muchos años sin soluciones; los gobernantes pasivos, interesados en otras discusiones distintas a las obras.

Toda glorieta tiene una capacidad determinada para absorber el volumen del tráfico. Esas “intersecciones giratorias” nacieron en Francia en 1903 con el arquitecto urbanista Eugene Hernad, y así, el concepto de rotonda se extendió a toda Europa y luego a EEUU. Las glorietas, o círculos de tráfico, trabajan bien en ciudades pequeñas o medianas; pero son inútiles en ciudades de alto tráfico.

Las Glorietas se crearon para evitar los semáforos. Ante la incapacidad de liderar la construcción de nuevas obras, Medellín optó por semaforizar las glorietas, lo cual es lo más barato y contradictorio, y también lo más ineficiente y odioso. Así, las glorietas se convirtieron en los puntos de mayor accidentalidad tanto para vehículos como para personas, y los de mayor trancón. Con el alto tráfico, las Glorietas son hostiles al peatón, a la bicicleta y a la movilidad alternativa.

Las glorietas no nacieron para ser semaforizadas. Con el alto tráfico deben evolucionar a intercambios viales a subniveles y niveles elevados. Eso no lo ha hecho la ciudad. Los alcaldes se fueron por el camino más fácil y el más odioso: Semaforizar las rotondas y decretar pico y placa, en lugar de evolucionar a intercambios viales turbos.

La ciudad no ha vuelto a pensar en grande en obras de infraestructura. Con un presupuesto tan billonario de la ciudad, las obras grandes no se ven desde hace muchos años. Ya la ciudad se empieza a ver vetusta en infraestructura; pierde competitividad y está viviendo del pasado sin pensar en el futuro.

Hay que volver a las grandes obras que le han dado distinción internacional a Medellín. El Metrocable; El Metro, Plaza Mayor; La Macarena; La Plaza Botero y su Museo; La Plaza de la Luz; Las Bibliotecas de EPM de las Comunas; el Túnel de Oriente; El Tranvía; la Avenida Oriental; la Avenida 33; la Doble Calzada a las Palmas; y muchos otras del pasado. Con tanto presupuesto, la Ciudad, y los últimos alcaldes, no muestran obras recientes de categoría internacional.

Es urgente que las viejas Glorietas del siglo 20 se conviertan en Turbo Glorietas del siglo 21 con complejos viales de diferentes pisos o niveles que permitan quitar el pico y placa; dar tranquilidad y comodidad al transeúnte y al ciclista; y erradicar la alta accidentalidad.

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