Por: Aldrin García Balvin
Hoy, 10 de junio, se cumplen tres años de la muerte de mi padre. La herida sigue tan fresca como el primer día. Este mes de junio, dedicado a los padres, se siente más vacío sin él. Aunque sé que está en el cielo, acompañado por nuestra querida Blanquita, la ausencia todavía duele en el corazón.
Recordar a mi padre es viajar en el tiempo, a esas incontables veces que, desde muy pequeño, lo acompañé en la buseta que manejaba. Eran días llenos de aventuras, de risas y de la seguridad que solo un padre puede brindar. Desde las primeras horas de la mañana hasta el anochecer, me sentía el copiloto más afortunado del mundo.
La vida nos puso pruebas difíciles. Estuvimos juntos en la clínica durante sus infartos, compartiendo días y noches de incertidumbre. Su recuperación en casa fue una lección de fortaleza y amor. Mi padre era un guerrero, luchando cada día contra sus problemas cardíacos. A pesar de su valentía y determinación, la batalla contra el COVID fue demasiado.
Perder a un padre ejemplar deja un vacío imposible de llenar. Él me enseñó el valor del trabajo duro, la importancia de la familia y la necesidad de nunca rendirse. Cada día me esfuerzo por honrar su memoria, llevando conmigo sus enseñanzas y su amor incondicional.
En este mes de los padres, invito a todos a valorar y celebrar a los suyos. La vida es frágil y el tiempo con nuestros seres queridos es el regalo más preciado. Mi padre sigue vivo en mis recuerdos y en mi corazón, un ancla de amor y fortaleza que me guía cada día.
Papá, aunque no estés aquí físicamente, tu espíritu sigue iluminando mi camino. Te extraño más de lo que las palabras pueden expresar, pero encuentro consuelo sabiendo que estás en un lugar mejor, junto a nuestra querida Blanquita. Gracias por todo lo que me diste y por ser el mejor padre que podría haber pedido. Tu legado vive en mí y en cada persona que tuviste el privilegio de conocer.
Papá, hoy y siempre, te llevo en mi corazón.
