Columnistas
El incómodo congreso

Por: Guillermo Mejía Mejía
Desde la época de los romanos, el parlamento, el congreso, las cortes o como quiera que se le denomine a ese órgano colegiado, no ha sido cómodo para los gobernantes que tienen una concepción absolutista del poder.
El 15 de marzo del año 44 a.C, la sospecha de algunos senadores romanos de que Julio César quería convertirse en dictador, originó el complot que terminó en su asesinato en el mismo recinto del Senado romano. A partir de ahí, los que lo sucedieron en el poder, los emperadores, despreciaron la institución, que, si bien no era propiamente de elección popular, sí tenía una alta consideración en el pueblo raso. Las legiones llevaron por mucho tiempo en su lábaro, las iniciales SPQR, senatus populusque romanus, el senado y el pueblo romano.
El hijo mayor de Juan Sin Tierra, Enrique, llegó al trono a la edad de nueve años y debió ser atendido en la regencia por personas de la nobleza. Una vez llegó a la mayoría de edad, desconoció los acuerdos firmados por su padre en la Carta Magna, lo que originó una guerra entre sus partidarios y los de su cuñado Simón V de Montfort, quien lideraba los barones rebeldes, el primer asomo de parlamento inglés, confrontación que terminó en la batalla de Lewes, el 14 de mayo de 1264, en la cual Enrique terminó prisionero y tuvo que ratificar los acuerdos firmados por su padre.
En Francia la falta de pan, debido a una mala cosecha de trigo en el año de 1789, la situación económica del país como consecuencia de su participación en la guerra de los Siete Años contra Inglaterra y de su ayuda a los revolucionarios norteamericanos, pero, sobre todo el desprestigio de la monarquía, especialmente por los excesos de la reina María Antonieta, hicieron que la nobleza que se encontraba en bancarrota, le pidiera al rey Luis XVI que convocara a reunión de los Estados Generales que no se reunían desde 175 años atrás, en 1614.
Esos Estados Generales los componía la nobleza, el clero y el pueblo raso, que votaban por estamento, no por persona, pero el ambiente revolucionario que imperaba en ese año de la toma de La Bastilla logró que se cambiara el sistema de votación por una persona un voto que desde luego hacía que el Tercer Estado, el pueblo, fuera la mayoría. Ya con superioridad del Tercer Estado y con la alianza del bajo clero y de algunos nobles acosados por la pobreza, se decide cambiar el nombre de Estados Generales por el de Asamblea Nacional, cuya principal función era la de darle a Francia una Constitución. Era ya, pues, una asamblea constituyente cuya idea inicial era convertir a Francia en una monarquía constitucional.
Para la reunión de la asamblea de los Estados Generales, el rey había hecho acondicionar un salón grande en donde tradicionalmente se guardaban los elementos de juego, de caza y artículos de decoración. Luego de que el rey conociera la decisión de cambiar el sistema de votación, con el pretexto de unas reparaciones urgentes, ordenó cerrar el salón de sesiones con el fin de crear una disculpa para que la asamblea mayoritaria del Tercer Estado no tuviera donde reunirse. Pero algunos representantes de este estamento encontraron otro salón, dedicado al juego del frontón, (“jeu de paume), y allí juraron, a instancias del abate Sieyés, “no separarse jamás y reunirse cuando así lo exigiesen las circunstancias hasta que la constitución del Reino sea establecida”. Fue el juramento del juego de la pelota.
En 1812, cuando la familia real española se encontraba prisionera en Francia, se reunió en Cádiz un Congreso, las Cortes de Cádiz, cuyo propósito era redactar una nueva Constitución para España, de estructura democrática, que incluía a los residentes en las colonias de América con los mismos derechos de los nativos peninsulares. Pero en 1814, cuando ya los franceses estaban derrotados y Fernando VII regresa a España, el monarca absolutista deroga la constitución liberal y reinstaura la monarquía sin controles. Un coronel del ejército español, Rafael de Riego, el 1° de enero de 1.820 se insubordinó y proclamó la restauración de la Constitución de Cádiz y el restablecimiento de las autoridades establecidas en la misma.
Tras el fracaso de Napoleón, algunos países habían regresado al sistema de monarquías absolutistas y miraban con mucha desconfianza el establecimiento de un régimen constitucional en España, con congreso incluido, en España se llaman Cortes, que limitaba el poder del rey.
Tres países se juntaron y enviaron tropas al mando de un general francés, “Los 100 mil hijos de San Luis”para devolverle el trono dictatorial a Fernando VII, el personaje que nos envió a Morillo para la reconquista, y abolir definitivamente la Constitución liberal de Cádiz con sus cortes. Tres años duraron los enfrentamientos hasta que las tropas extranjeras entronizaron nuevamente al sátrapa en el trono absolutista que duró hasta su muerte en 1833.
En 1.922, por la cobardía del Rey Víctor Manuel III, Mussolini se tomó el poder por la fuerza en Italia y lo primero que hizo fue tratar de abolir el parlamento italiano. Uno de sus miembros era Giacomo Matteotti, jefe del Partido Socialista Unitario, quien comenzó una férrea oposición al Partido Nacional Fascista y al propio Mussolini y prácticamente se había convertido en una voz solitaria en la Cámara de Diputados. El 30 de mayo de 1924, Matteotti pronunció un discurso en la Cámara para denunciar el fraude en las elecciones anteriores del 6 de abril, en las que las camisas negras intimidaron a la población votante. Al terminar su discurso, pronosticó su muerte, como efectivamente sucedió días después, con su secuestro el 10 de junio en las calles de Roma y el posterior hallazgo de su cadáver, descompuesto, el 16 de agosto siguiente. Esa muerte produjo un efecto tan intimidatorio, que propició una desbandada de diputados de otros partidos hacia el fascismo y dejó prácticamente en manos de los seguidores de Mussolini todo el poder legislativo de la Italia de los años 20 y 30.
Casi que, por la misma época, sucedió lo mismo en Alemania pues los rápidos sucesos acaecidos tras la llegada a la Cancillería de Hitler dieron al traste con los demás partidos políticos, con la quema y luego supresión del Parlamento alemán mediante la “Ley habilitante de 1933” que le otorgaba plenos poderes a aquel y quedaba convertido en amo y señor de Alemania.
En 1.949 el presidente Mariano Ospina Pérez, mediante decreto de estado de sitio, cerró el Congreso Nacional, las asambleas departamentales y concejos municipales y Colombia estuvo gobernada de facto durante 10 años hasta que asumió el presidente constitucional Alberto Lleras Camargo en 1.958.
En España, el 23 de febrero de 1.981, un grupo de guardias civiles franquistas, al mando del teniente coronel Antonio Tejero, se tomaron por asalto el Palacio de las Cortes mientras se votaba la investidura a la presidencia del gobierno democrático de Leopoldo Calvo Sotelo. En esta oportunidad el Rey, Juan Carlos de Borbón, estuvo a la altura y en la madrugada del 24 del mismo mes, desautorizó el golpe y defendió la Constitución de 1.978.
Estos son algunos ejemplos de todo lo que les molesta a los gobernantes de corte dictatorial el congreso: la separación de poderes, el sistema de pesos y contrapesos, que teóricamente debería mantener el equilibrio entre las diferentes ramas del poder público.
Lo que acaba de suceder en Estados Unidos es otro ejemplo más de lo que un personaje ambicioso, sin principios, puede llevar a cabo en la nación más poderosa del mundo.
Impensable que el Congreso de los Estados Unidos estuviera tomado por horas por unas hordas instigadas por el propio presidente del país.
La democracia está en peligro en muy buena parte del mundo pues personajes como Trump, Putin, Bolsonaro, Duterte, Maduro y Ortega, entre otros, no son amigos de los congresos, corporaciones cuestionadas, algunas con razón, pero que sin ellas no puede existir el sistema de participación popular en el Estado.

Columnistas
Al que la tenga más larga – Crónicas de Gardeazábal

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Las competencias infantiles sobre quién podía ser más alto, más flaco o más gordo, sobre todo sobre qui la tuviera más larga, han ido escalando.
Hasta el punto que hoy día, en una feroz competencia de niños insensatos, se discute por quién o cuál artículo ha tenido más vistas en el internet.
Sobre esa eterna medición entre pares que nunca duraba más allá de la comprobación, han montado toda una cantidad de negocios y exageraciones tan mayúsculas que, viéndolo bien, solo dan risa.
Hasta hace muy poco, los medios de comunicación hablados y escritos se inflaban a sí mismos por el número de ejemplares que editaban o por la cantidad de lectores que, a ojo de buen cubero, tendrían de acuerdo a los ejemplares vendidos.
Después llegaron las encuestadoras, primero las rudimentarias que preguntaban de casa en casa sobre cuál programa de radio o de televisión estuvieran oyendo o viendo. Unos pocos años luego, con la modernización de las estadísticas y la implantación de contadores en los televisores y en los radios, llegaron las Nielsen a garantizar las audiencias.
Últimamente eso se ha olvidado. Ya las agencias de publicidad y los encargados de contratar la pauta mediática de las empresas no se fijan en esas encuestas.
Para todos se volvió absolutamente imprescindible conocer el número de entradas a una página o la cantidad de visitas que haya tenido. No importa si se leyó o se entendió lo oído o lo leído, porque además no preguntan.
Y si contabilizan con los programas de plataformas sobre cuántos leyeron o oyeron el texto, lo callan. Como cuando uno comprobaba que en la clase siempre había otro compañero de aula que la tenía más larga y no volvíamos a mostrarla ni hacer gala de la nuestra.
Pocos o ninguno miden la influencia. Aunque hay quienes se bautizan y se catalogan como influencers, interesa solo el número de vistas y sobre ese dato, idos estamos infantilmente construyendo el futuro.
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Misiá Verraca – Crónicas de Gardeazábal

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
La gobernadora del Valle ha hecho una gestión discreta pero eficiente en estos 4 años. Como lo dije alguna vez, usó el método simple de la «m de casa» que sabe exactamente dónde están sus utensilios de cocina, su lencería, sus adornos personales, y conservando el orden en lo pequeño, terminan administrando con eficiencia.
No ha sido una gobernación de obras grandes y más bien la herencia más grande que le viene desde cuando Weimar Delgado era gobernador y que Dillian tampoco pudo terminar, es la maldición del puente de Juanchito. Pero, salvo ese pedestal de la ignominia, sus actitudes han sido prudentes.
Aunque en algunos momentos ha tenido que ser recia, como le tocó cuando sumió la gravedad de lo que ahora llaman el estallido social, y no vaciló en enfrentarse al alcalde Ospina, que pensaba muy distinto a lo que ella en su ordenamiento había concebido.
Esta semana tuvo que repetir su dosis de temple y lo hizo sin subir el tono de gallina papujona que hace respetar su nido y sin que le temblara la voz enfrentándose al presidente Petro de manera directa. Lo atacó porque, pese a las difíciles circunstancias de orden público que ha tenido durante este último año, el presidente ha brillado por su ausencia y, sobre todo, por su respaldo.
Y lo hizo con una frase cargada de fuerza: «Muy importante que viaje por el mundo, pero debe estar presente solucionando los problemas de su país.»
Días antes, frente al desgano con que la unidad de gestión de riesgos afrontó el incendio de las Lomas que rodean el urbanizado norte de Cali y amenazó una zona hotelera y comercial de Chipi Chape, fue igualmente dura preguntando públicamente por qué no autorizaban enviar el helicóptero con el sistema Bambi para combatir desde el aire el incendio. Y dijo una frase que resume todo: «Esa unidad de desastre de este gobierno no previene un desastre, ella es un desastre.»
Así no hablaba en mi pueblo, sino Misia Verraca, y a fe que ella, la gobernadora del Valle, lo hace igual.
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¿Cuál defensa de la vida? – La Linterna Azul

Por: Jesús Vallejo Mejía
“El Libro Negro del Comunismo” lo acusa de haber matado a más de cien millones de personas a lo largo del siglo XX. Quedaron por computar sus víctimas hasta el presente, muchas de ellas asesinadas en países distintos de los europeos y los asiáticos en que reinó durante varias décadas esa ideología asesina. Vid. (40) El libro negro del comunismo | Luis Eduardo Resendiz – Academia.edu
El registro no incluye, por consiguiente, los que perdieron la vida por la acción de los comunistas en Cuba, Venezuela, Nicaragua y, en lo que a nosotros atañe, Colombia.
Nuestro caso es peculiar. Llevamos mal contados más de 70 años de violencia en la que la participación de comunistas de distinto pelambre ha sido decisiva. No sabemos cuál es el número de víctimas producidas por estas confrontaciones. Se habla de que la guerra civil no declarada entre los partidos políticos tradicionales a mediados del siglo pasado arrojó algo así como 300.000 muertes, aunque es una cifra que todavía suscita discusiones. Pero la paz que durante el Frente Nacional entre 1957 y el presente ha reinado entre liberales y conservadores no puso fin a la violencia, dado que los comunistas no se acogieron a ella y, estimulados por la Revolución Cubana, continuaron alzados en armas a través de distintas agrupaciones: Farc, ELN, EPL, M-19 y otras más. La subversión comunista dio lugar a reacciones diversas. Unas, como es lógico, de origen estatal, por medio de la fuerza pública. Otras, de orden irregular, configuradas por los llamados grupos de autodefensa o paramilitarismo. Y para completar ese funesto cuadro, a fines del siglo apareció la atroz violencia del narcotráfico que aún opera en vastas porciones del territorio nacional.
Los comunistas acusan al Estado, los empresarios de la ciudad y el agro, los partidos políticos y, en general, la clase dirigente colombiana de haber creado condiciones opresivas que impulsaban a los defensores de las causas populares a alzarse en armas para combatir el orden institucional. Insisten en que los responsables de las víctimas de estos años aciagos son aquéllos y que sus propias acciones están amparadas por la legítima defensa. No faltan los que invocan los conceptos de “violencia institucional” y “pecado social”, acuñados por la falaz Teología de la Liberación.
Supongamos, en gracia de discusión, que en buena medida de la violencia de las últimas décadas es responsable lo que sin mucha precisión llaman los comunistas y sus secuaces el “establecimiento”, contra el que enderezan principalmente sus baterías la JEP y la sedicente Comisión de la Verdad, fuertemente influenciadas por aquéllos.
Pero el prontuario de la subversión colombiana es simple y llanamente aterrador. Ha faltado redactar otro Libro Negro para hacer el inventario de sus numerosísimos crímenes, muchos de ellos perpetrados, no contra el “establecimiento”, sino contra la gente humilde de aldeas y campos.
Dentro de esa funesta estructura criminal se destaca el M-19, autor del hecho más execrable de la historia colombiana, el llamado “Holocausto del Palacio de Justicia”. Y ahora sabemos que uno de sus promotores es el que hoy nos desgobierna. No actuó en ello porque días antes fue detenido por porte ilegal de armas, pero su captura dio lugar a que se acelerara el asalto a la sede de las altas Cortes. Así lo acaba de revelar en Semana el coronel César de la Cruz. Vid. Coronel (r) César de la Cruz revela detalles del pasado oscuro de Gustavo Petro (semana.com).
El individuo que le partió la cara al oficial Gabriel Díaz Ortiz, dejándolo desfigurado y al borde de la muerte al no poderlo liquidar porque falló el arma que le había quitado, ocupa hoy el cargo de presidente de Colombia (vid. Coronel (r) dijo que Petro intentó matar a militar cuando era del M-19 | RCN Radio). Y es el mismo que hoy posa de defensor de la vida ante la comunidad internacional.
Quien hace líricos llamados en favor de la vida ante la ONU es un comunista recalcitrante que deplora la caída del Muro de Berlín y apoya cerradamente las dictaduras criminales que oprimen a cubanos y venezolanos.
Es claro que su alegato por la vida no es sincero. Fiel seguidor del Príncipe de la Mentira, trata de engañar al país y al mundo entero sobre sus verdaderos propósitos, que no son otros que instaurar el comunismo en Colombia.
“Guardaos de los falsos profetas”, nos encarece el Evangelio (Mt. 7:15).
El que hoy nos desgobierna es uno de ellos.
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