Despidiendo a mi amigo y mentor: el legado del padre Alberto Franco

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Po: Aldrin García Balvin

Hoy escribo con el corazón destrozado, porque mi amigo y mentor, el padre Alberto Franco, ha partido de este mundo. Siempre lo llamé «Albertico», y me gustaba decir que era uno de los hombres más sabios y amorosos que había conocido. Me enseñó mucho sobre la vida y sobre mí mismo, y siempre estaré agradecido por su guía y apoyo.

Conocí al padre Alberto cuando yo era un joven seminarista Terciario Capuchino. En aquel entonces, estaba tratando de descubrir qué quería hacer con mi vida, y estaba luchando con una sensación de desorientación. Fue entonces cuando conocí a este hombre extraordinario, quien no solo era un sacerdote respetado, sino también un verdadero maestro.

Desde el primer momento, el padre Alberto me impresionó con su sabiduría y su amabilidad. Se preocupaba profundamente por sus hermanos de comunidad y por los jóvenes a los cuales atendía en su misión pastoral, y siempre estaba dispuesto a escuchar y aconsejar. A medida que pasó el tiempo, nos volvimos amigos cercanos, y él se convirtió en mi mentor personal.

El padre Alberto fue quien me inspiró a seguir mi sueño de convertirme en empresario, de no tener miedo de arriesgarme a ser independiente. Siempre me alentaba a perseguir mis metas y me recordaba que la verdadera felicidad no radica en el éxito material, sino en hacer lo que amas y ayudar a los demás. Gracias a él, tuve el coraje de iniciar el proceso de creación de mi marca Totus y luego poder crear mi propia empresa, y ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Pero el padre Alberto era mucho más que un mentor o un amigo. Era una persona profundamente amorosa y afectuosa, y su cariño y ternura eran muy significativos para mí. A menudo me hablaba de su amor por Dios y por la humanidad, y siempre me inspiraba a ser más compasivo y generoso.

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Quiero agregar que el padre Alberto fue quien me tendió la mano y me abrió su corazón cuando decidí retirarme del seminario. Me brindó su apoyo incondicional y me alentó a seguir mi camino con valentía y determinación.

Hoy, al enterarme de su partida, mi corazón está lleno de dolor y tristeza. Extrañaré su risa contagiosa, sus sabios consejos, y su presencia reconfortante. Sé que nunca habrá otro ser humano como él, y que su legado vivirá en la memoria de todos aquellos que lo conocieron y lo amaron.

Quiero despedirme de ti, Albertico, con estas palabras de gratitud y afecto. Tu amistad y tus enseñanzas han sido un regalo inestimable en mi vida, y nunca te olvidaré. Descansa en paz, mi querido amigo, sabiendo que siempre estarás en mi corazón.

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