Cómo ‘Nadie’ reinventa el cine de vigilantes justicieros

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Jorge Loser

La sorpresa del cine de acción de año sigue la senda del estilo John Wick, pero se postula como una propuesta mucho más diferente a lo que proponía la saga que revitalizó la carrera de Keanu Reeves. ‘Nadie (NoBody)’ es un espectáculo capaz de ser contenido y explosivo al mismo tiempo, en el que el humor nunca sale de chistes sino de la propia exageración de lo que propone. Lo que la diferencia de otras películas del género es su voluntad de ir más allá a nivel narrativo.

La historia de ‘Nadie’ no puede ser más sencilla. En sus ajustadísimos 90 minutos, no cabe mucho más que un relato de un hombre de mediana edad que se mete con las personas equivocadas, además de esconder algunos secretos él mismo. Desde el mismo póster vemos que su guionista, Derek Kolstad, busca una variación paródica de su creación más famosa (creador de la franquicia de John Wick), pero lo que diferencia a este nuevo producto de la anterior es que la dirección de Ilya Naishuller busca darle un pequeño matiz en cada nuevo golpe o ráfaga de tiros, para ofrecer algo nuevo.

Tras la sorprendente ‘Harcore Henry’ (2015), el director ruso ofrece una versión aparentemente más disfrazada de película estándar de acción de Hollywood, que de hecho podría parecer en un primer momento una nueva versión de ‘El justiciero’ (Death Wish, 2018), sin mucho que aportar a la fórmula de actor entrado en años que decide tomar la justicia por su mano, que en realidad esconde la pólvora bajo los roídos cimientos morales sobre los que suele apoyarse la justificación de la violencia en estas películas.

Placer absuelto

El humor negro de ‘Nadie’ es una pieza fundamental para su funcionamiento, nunca explícito en el texto, su raíz está en la propia dinámica creada en la sala de edición, en donde la información vuela a golpe de montaje, frases sucintas y todo lo que no sabemos de un protagonista con el que juegan a dejarnos ver un pasado turbulento a través de reacciones de otros personajes absolutamente exageradas, que son mostradas en pantalla con total naturalidad. Probablemente nada funcionaría sin el inteligente casting de Bob Odenkirk, que nos sorprende con una matizadísima interpretación que, como todo en la película, no es lo que parece.

Pero el mayor punto y aparte de ‘Nadie’ con el gran pelotón de películas de espectáculo a golpes o tiros actuales, es cómo la acción no es el fin sino el medio para contar la historia, donde no hay secuencias esperando a estallar para ocupar grandes secciones de la película en las que el aficionado pueda decir “eh, ahí está la coreografía por la que he pagado”, sino que se utilizan las elipsis, hay cortes de montaje, se hace uso de la música como si los tiros atravesando cráneos fueran videoclips en los que recrearse en la belleza del baile de pólvora, que merecen la misma atención que un plano secuencia de un personaje que entra en el bar, bebe chupitos y se pone a bailar en frente de un público entregado.

Naishuller no deja un solo plano que no cuente, no hay un gramo de grasa y todo funciona como un engranaje energético, ajustado y con precisión de tiro deportivo. 90 minutos de virtuosismo aplicado a la serie B, que toma ‘Una historia de violencia’ (2005) y la convierte en un chiste sangriento que no renuncia a la clase —esa fotografía de la mano derecha de Ari Aster, Pawel Pogorzelski– ni al espíritu de dibujo animado –el mejor Christopher Lloyd desde la trilogía ‘Regreso al Futuro’– para hacer de ‘Nadie’ uno de los mayores placeres sin culpa de la época del “cine problemático”, es decir, la mejor película de lo que llevamos de 2021.

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