¡Y NO SE MURIÓ! (II)

Columnistas
5 Min Lectura

Por: Juan José Hoyos

La noche en que iba a quitarse la vida, después de haber pasado muchos días y noches en morgues y hospitales, Jairo pensó que el mejor sitio para morir era su casa y no una unidad de cuidados intensivos, atestada de enfermos terminales de covid-19, más jóvenes que él.

“Pensé que era mejor suicidarme en mi casa, en mi cama, cobijado, escuchando la música que me gusta y no intubado, lleno de sondas y agujas, y toda mi familia afuera del hospital, llorando, esperando que yo me recuperara o muriera” dice.

Jairo tomó la decisión sin decirle nada a nadie. Solo dejó escrita en su recetario lo que llaman “la última voluntad”. También dejó una carta despidiéndose de su esposa y de su hija, que viven en España.A las 12 de la noche, después de dormir un rato, se levantó, fue hasta la cocina y preparó él mismo la dulce toma: 40 pastillas de Lorazepam —también llamado Ativan—, un medicamento para tratar la ansiedad. Sabía que con 7 pastillas de 2 miligramos cada una bastaba para morir. Pero, para no fallar en el intento, se tomó 40 de una vez. Luego se acostó, no a dormir, sino a morir…

¡Y a los cinco días despertó internado en el hospital de La Ceja! Allí se enteró de que, después de tomar las pastillas, durmió toda la noche.“A las 9 de la mañana, como no despertaba, mis hermanas fueron a ver qué pasaba…” dice. “Me encontraron dormido, con un sueño muy profundo, y respirando muy espaciado. Entonces llamaron a un médico que había sido compañero mío en el Instituto de Medicina Legal y le contaron que yo había cumplido mi promesa de tomarme esas pastillas si me daba el covid-19, para no morir solo, viejo y abandonado en una UCI. Mi amigo les recomendó que me llevaran a una clínica de urgencias”.

Te gustaría leer también:  Lo difícil que es renunciar - Crónicas de Gardeazábal

Las hermanas de Jairo llamaron a un amigo que tiene un taxi. Él lo sacó de la cama y lo llevó cargado hasta el carro. Jairo estaba seminconsciente. Aun así, le rogaba que lo dejara tranquilo, pero el amigo de todas maneras lo llevó a un hospital.

“Allá me aplicaron todas las medicinas indicadas para una sobredosis de Lorazepam” cuenta Jairo. “Me dejaron hospitalizado solo dos días porque la póliza de mi seguro médico no cubría tentativa de suicidio. Después me mandaron para la Ceja. Seguí dormido. Desperté cinco días más tarde. ¡Fue como si hubiera resucitado!”.

Luego lo atendieron un médico siquiatra y un internista. Todavía tenía los síntomas del covid-19. Lo inscribieron en un programa para suicidas. Su hermano Jorge, que es odontólogo, pidió una licencia en su trabajo y se fue a acompañarlo.

“Allá se quedó encarcelado conmigo porque los médicos habían dispuesto que mi aislamiento debía ser total. La comida nos la ponían en la puerta de la habitación y nosotros teníamos que salir a recogerla” cuenta Jairo.

Y los médicos lograron el milagro: Jairo se salvó no solo del envenenamiento sino de los estragos del covid-19. Cuando salió del hospital, la única molestia que tenía era una peladura en las nalgas debido a los largos días que debió estar en una cama, mientras se recuperaba.

“La vida me dio una segunda oportunidad” dice. “El árbitro decidió prolongar el partido y me dio 15 minutos más de juego… Y aquí estoy dando la lucha otra vez”. Ahora, de nuevo, siente que es un hombre feliz. “Lo único que me molesta es que cada que me encuentro con los médicos que me atendieron ―algunos de ellos, amigos míos― ¡se ríen de mí por haber hecho semejante güevonada!”.

Cuadro de comentarios de Facebook
Comparte este artículo