Uribe ya no corcovea – Crónicas de Gardeazábal

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Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

El juicio al que ha sido convocado el expresidente Álvaro Uribe tiene tanto de largo como de ancho. Y, por la calidad histórica del implicado, se presta para cualquiera de las muchas interpretaciones que se le han dado desde cuando se conoció la noticia.

Lo estrambótico, empero, es que la opinión pública, que durante los 8 años de mandato siempre apoyó mayoritariamente a Uribe, ahora se haya enmudecido y, lo que puede ser peor para quienes manejan la historia patria como una página de los cuentos de Blanca Nieves, que no puede resultar algo más significativo que la actitud sumisa y timorata de los congresistas, diputados y concejales uribistas ante la magnitud de lo que sus enemigos han logrado y de lo que finalmente se pretende.

Uribe gobernó a Colombia, para bien o para mal, en un momento crítico de la vida nacional. Como tal, dejó recuerdos gratos y entusiasmadores entre quienes pudieron recuperar sus vidas y perdieron el miedo, pero también dejó marcas indelebles que la historia no le perdonará, como la de los falsos positivos. De ese amasijo de odios y amores, de aciertos y equivocaciones podría haber salido una figura que impusiera respeto y fuera trepada al pedestal de la gloria.

Pero acaso por sus genes derivados de los Vélez, avaros hasta consigo mismos, el expresidente Uribe no se retiró al lado de sus caballos y de sus vacas, ni mucho menos tomó distancia desde el Ubérrimo o desde la Patagonia con los episodios menudos y quizás menos importantes que los por él vividos. De ese ajetreo más miserable que heroico.

Aupado por una camarilla de áulicos que necesitaban seguir mamando del estado y de la esperanza de recuperar el poder, Uribe se metió con la menuda y se dejó manosear. Con ímpetus lejanos del astuto hombre que fue presidente dos veces, se dejó adornar con la posibilidad del desquite jurídico y terminó enredado en sus propias argucias sin poder corcovear como sus amados caballos.

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