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TEORÍA Y REALIDAD

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Por: José Gregorio Hernández

¿Para qué nos sirven tanta norma sobre protección a los niños, si se han quedado escritas?

En un Estado de derecho, como su nombre lo indica, las normas jurídicas tendrían que ser eficaces. No bonitas construcciones teóricas, ni estatutos ideales, repletos de ilusiones y buenos deseos, ni anhelos colectivos jamás realizados. Tendrían que ser –mientras estén vigentes– reglas obligatorias, aplicadas, observadas, cumplidas.

Frente a un supuesto hipotético, la norma señala una consecuencia jurídica. El deber ser. Si, en la vida real, ante la ocurrencia del hecho tiene lugar la consecuencia jurídica señalada en la norma, esta ha cumplido su función en el seno de la sociedad. Si, por el contrario, esa consecuencia no ha tenido realización, debe ser aplicada la sanción consagrada en la norma. Dado A, debe ser B. Si B no es, debe ser C. Aplicada la sanción en ese evento, también la norma ha cumplido su función.

Pero el Estado debe examinar y valorar, a nivel global y con cierta periodicidad, si las normas jurídicas están cumpliendo su función, o si, por el contrario, no lo están haciendo. Si son eficaces, o si no lo son, para alcanzar los objetivos de beneficio general.

El Estado colombiano está en mora de diseñar y poner en práctica una política real, efectiva y justa, orientada al cumplimiento de las normas vigentes y a la verdadera protección de los niños.

Cuando se establece que, reiteradamente, ante los supuestos previstos por determinadas normas jurídicas, no se dan las consecuencias previstas en ellas, es lógico concluir que han sido inútiles; que se ha frustrado el propósito básico perseguido cuando se las profirió. ¿Qué hacer en tales casos? El Estado tiene que trazar una política legislativa y administrativa acorde con las finalidades que persigue el ordenamiento jurídico. Debe decidir, entonces, si esas disposiciones repetidamente inobservadas deben ser derogadas, reformadas, complementadas, o si procede mantenerlas, buscando nuevos mecanismos para su cumplimiento.

Traigo a colación, a título de ejemplo, lo que ocurre con las normas aplicables en Colombia sobre protección a los niños. Además de las constitucionales, tenemos las civiles, las penales, las del Código de Infancia y Adolescencia, las de la Convención Internacional sobre Derechos del Niño (1989), las que regulan la actividad del ICBF, las relativas a comisarios de familia, y abundante jurisprudencia. Pero, como lo expresaba en columna anterior, la dolorosa realidad, que todos los días nos recuerdan las noticias sobre niños agredidos, maltratados y asesinados, violencia intrafamiliar –física y sexual–, acoso, abandono, muerte por hambre y desnutrición, a lo largo y ancho del territorio, es alarmante. En las aceras de Bogotá y otras ciudades vemos a diario a niños –inclusive algunos muy pequeños– pidiendo limosna, y nada hacen las autoridades al respecto.

Lo que cabe preguntar –me lo expresaba con franqueza una inteligente alumna de posgrado– se resume en pocas palabras: “¿Para qué nos sirven tanta norma y tanta jurisprudencia sobre protección a los niños, si se han quedado escritas?”.
Según el artículo 44 de la Constitución, los niños “serán protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos”. Exactamente lo contrario de lo que ocurre. Los niños no están protegidos contra ninguno de esos males. Al parecer, no están en las prioridades del Gobierno, ni en la gestión del ICBF ni en las preocupaciones de los alcaldes.

Por otra parte, aunque el mismo precepto declara que los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás, eso se cumple a la inversa en la realidad. Por ejemplo, en providencias judiciales, como la que dejó libre a un condenado por el delito de violencia sexual, dos días antes de que violara y asesinara a una niña de diez años.

El Estado colombiano está en mora de diseñar y poner en práctica una política real, efectiva y justa, orientada al cumplimiento de las normas vigentes y a la verdadera protección de los niños. Esa política debe prevalecer sobre otras, de menor urgencia y trascendencia. Ojalá lo haga el presidente Petro.

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¿De qué cambio se trata?

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Por: Jesús Vallejo Mejía 

Conviene preguntarse por el cambio que proyecta un gobierno controlado por comunistas.

Para entenderlo, hay que volver sobre su catecismo, el “Manifiesto Comunista”, de Marx y Engels. Vid. Manifiesto del Partido Comunista (ataun.eus).

Si bien es cierto que las ideas de los comunistas han experimentado distintas evoluciones a lo largo de los años, de suerte que hoy parece adecuado hablar de un neocomunismo enriquecido por diversos aportes ideológicos, tales como los atinentes al género, el esquema conceptual del Manifiesto mantiene su vigencia entre ellos.

Su punto de partida es el materialismo dialéctico, que conlleva la negación del factor espiritual en la historia y la vida de las sociedades. De ahí se sigue la denuncia de la religión como coadyuvante de la explotación del hombre por el hombre, en la que reside la injusticia capital que reina en las sociedades. La denuncia de esa explotación se extiende al sistema de clases sociales que da lugar a que unas opriman a otras, lo que suscita un estado constante de lucha entre ellas que constituye por así decirlo el motor de la historia. Ésta se explica precisamente por la lucha de clases, las cuáles se configuran a partir de la propiedad de los medios de producción. Hay clases propietarias y clases desposeídas que sólo cuentan con su fuerza de trabajo cuyo producto es despojado por quienes las oprimen. La meta de la historia es la desaparición de las clases y, por consiguiente, de la propiedad privada de los medios de producción. La sociedad justa será aquella en que dichos medios pertenezcan a la colectividad, estadio en el que cada uno dará de sí lo que esté dentro de sus capacidades y recibirá de la comunidad lo que requiera según sus necesidades. Entonces se pasará del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad.

La idea de la democracia, según estos postulados, versa sobre la desaparición de las clases, a partir de la cual podrá entonces hablarse de una sociedad igualitaria en la que no haya poseedores ni desposeídos, como tampoco opresores y oprimidos. Y la libertad se concibe como emancipación de todo límite impuesto tanto por la sociedad como por la naturaleza. La libertad deja de ser un medio para que el ser humano trascienda hacia estados espirituales superiores y se la concibe como un fin en sí misma, esto es, como un estado de arbitrariedad que justifica que cada uno haga de su capa un sayo.

La búsqueda de esta utopía exige cambios radicales, esto es, revolucionarios, en las sociedades y, en el fondo, en los seres humanos. Hay entre los que las promueven la idea de la total plasticidad del hombre que permite modelarlo según los designios de los agentes de la transformación. La gestación del Nuevo Hombre es un leitmotiv de sus empresas políticas. La ingeniería social llamada a introducir mediante el poder una supuesta racionalidad en todos los aspectos de la estructura y el funcionamiento de las colectividades es su gran aspiración.

“Todo nos llega tarde, ¡hasta la muerte!” exclama un poema de Julio Flórez. Vid. Poema Todo nos llega tarde de Julio Flórez – Análisis del poema (buscapalabra.com).

Lo mismo podemos decir de estas ideas que trataron de ponerse en práctica en la URSS y Europa oriental en el siglo pasado, así como en Cuba desde 1959, por no hablar de China, Corea del Norte, Vietnam y algunos países africanos. El propósito de realizarlas es uno de los sueños del siglo XX que terminó convirtiéndose en pesadilla. Así lo expone con envidiable lucidez Furet en “El pasado de una Ilusión”: Vid. Queue PDF – Furet, Francois – El Pasado De Una Ilusion, Fce, 1995. [546gq66p8xn8] (idoc.pub). Y lo reitera Vladimir Tismaneanu en “El Diablo en la Historia”. Vid. El diablo en la historia: comunismo y fascismo | C L I O N A U T A: Blog de Historia (hypotheses.org).

Los comunistas que hoy detentan el poder entre nosotros procuran ocultar su identidad negando que se proponen someternos a los delirios del socialismo. Pero, como suele decirse por ahí, a menudo el subconsciente los traiciona. Si el uno descalifica el régimen en que hemos vivido señalándolo como algo similar al de los nazis y la otra no sólo le niega su carácter democrático, sino que ensalza a la dictadura cubana como una verdadera democracia, ya sabemos por dónde va el agua al molino. Cuando se atribuye a un supuesto neoliberalismo que rige entre nosotros el poner en peligro la supervivencia de la especie humana, se resta toda justificación a la economía de mercado, a la libre iniciativa particular y, en suma, a la propiedad privada. Y si se proclama que hay que decrecer para que sólo se produzca lo estrictamente necesario, el camino hacia la planificación central y la estatización totalitaria de la economía queda despejado.

Tismaneanu insiste en la índole antiliberal del programa comunista. Como lo he reiterado aquí muchas veces, la extrema izquierda que anida hoy en el Pacto Histórico está animada por propósitos totalitarios y liberticidas. So pretexto de liberarnos de unas cadenas, aspira a subyugarnos bajo el peso de otras que serían más opresivas. El talante, más que autoritario, despótico de quien nos gobierna nos hace pensar en el dictum de la que lo secunda: “¡De malas!”. Así estamos.

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GLORIETAS DE MEDELLIN ESTAN VETUSTAS

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Por: Luis Pérez Gutiérrez

La infraestructura vial para movilidad de Medellín se envejeció. La ciudad no se mueve. Medellín no ha vuelto a hacer obras viales grandes. Cada día se extiende más el pico y placa en detrimento de la comodidad y paciencia de los ciudadanos. El tiempo que la gente pasa en los trancones aumentó entre 2021 a 2022 en 72%, según INOX. Y entre 1000 ciudades del mundo medidas, Medellín ocupa el puesto 18; en el mundo, Medellín es de las ciudades en las que más tiempo pierde el ciudadano en trancones vehiculares. Sin duda, un puesto muy indigno. Se está desmejorando aceleradamente la calidad de vida en la ciudad.

Aunque una glorieta pareciera un elemento simple y sin mucha importancia, la vejez de la movilidad en Medellín se refleja en sus vetustas glorietas. El tráfico creció y la ciudad no hizo infraestructura. La imagen progresista de una ciudad se observa en las infraestructuras de movilidad de las personas y de los vehículos. La capacidad de movilidad de las glorietas ha sido superada hace muchos años por el alto tráfico. En todas las glorietas hay largas colas, están colapsadas.

Medellín, como casi todas las ciudades de Colombia, fundamentó su desarrollo vial en la Glorietas, o, rotondas. Y era razonable, eran ciudades pequeñas o medianas en crecimiento. Con los años, todas las glorietas perdieron la capacidad de absorber el tráfico cada vez más pesado. Llevamos muchos años sin soluciones; los gobernantes pasivos, interesados en otras discusiones distintas a las obras.

Toda glorieta tiene una capacidad determinada para absorber el volumen del tráfico. Esas “intersecciones giratorias” nacieron en Francia en 1903 con el arquitecto urbanista Eugene Hernad, y así, el concepto de rotonda se extendió a toda Europa y luego a EEUU. Las glorietas, o círculos de tráfico, trabajan bien en ciudades pequeñas o medianas; pero son inútiles en ciudades de alto tráfico.

Las Glorietas se crearon para evitar los semáforos. Ante la incapacidad de liderar la construcción de nuevas obras, Medellín optó por semaforizar las glorietas, lo cual es lo más barato y contradictorio, y también lo más ineficiente y odioso. Así, las glorietas se convirtieron en los puntos de mayor accidentalidad tanto para vehículos como para personas, y los de mayor trancón. Con el alto tráfico, las Glorietas son hostiles al peatón, a la bicicleta y a la movilidad alternativa.

Las glorietas no nacieron para ser semaforizadas. Con el alto tráfico deben evolucionar a intercambios viales a subniveles y niveles elevados. Eso no lo ha hecho la ciudad. Los alcaldes se fueron por el camino más fácil y el más odioso: Semaforizar las rotondas y decretar pico y placa, en lugar de evolucionar a intercambios viales turbos.

La ciudad no ha vuelto a pensar en grande en obras de infraestructura. Con un presupuesto tan billonario de la ciudad, las obras grandes no se ven desde hace muchos años. Ya la ciudad se empieza a ver vetusta en infraestructura; pierde competitividad y está viviendo del pasado sin pensar en el futuro.

Hay que volver a las grandes obras que le han dado distinción internacional a Medellín. El Metrocable; El Metro, Plaza Mayor; La Macarena; La Plaza Botero y su Museo; La Plaza de la Luz; Las Bibliotecas de EPM de las Comunas; el Túnel de Oriente; El Tranvía; la Avenida Oriental; la Avenida 33; la Doble Calzada a las Palmas; y muchos otras del pasado. Con tanto presupuesto, la Ciudad, y los últimos alcaldes, no muestran obras recientes de categoría internacional.

Es urgente que las viejas Glorietas del siglo 20 se conviertan en Turbo Glorietas del siglo 21 con complejos viales de diferentes pisos o niveles que permitan quitar el pico y placa; dar tranquilidad y comodidad al transeúnte y al ciclista; y erradicar la alta accidentalidad.

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