Palabras del Presidente de la República, Gustavo Petro Urrego, durante la ceremonia de ascensos de oficiales generales y de insignia de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional

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Presidente Petro anuncia reemplazo de aviones Kfir, como el primer paso para conformar una fuerza área superior

Ministro de Defensa Nacional, Iván Velásquez Gómez, y su esposa María Victoria.

Fiscal General de la Nación, Francisco Roberto Barbosa Delgado, y su esposa Walfa.

General Helder Fernán Giraldo Bonilla, Comandante General de las Fuerzas Militares, su esposa María Victoria y sus hijos María Andrea, Andrés y Alejandro.

General Luis Mauricio Ospina Gutiérrez, Comandante del Ejército Nacional, su esposa Lorena y su hija Juanita.

Almirante José Joaquín Amézquita García, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, y su hijo Juan Sebastián.

Almirante Francisco Hernando Cubides Granados, Comandante de la Armada Nacional, su esposa Lucía Elena y sus hijos Juan Diego y Mariana.

General Luis Carlos Córdoba Avendaño, Comandante de la Fuerza Aérea Colombiana, su esposa Lorena y su hijo Luis Felipe.

General Henry Armando Sanabria Celi, Director General de la Policía Nacional, su esposa María Fernanda y sus hijas Laura y Sara Sofía.

Brigadier General Luis Fernando Salgado Romero, Director de la Escuela Militar de Cadetes ‘General José María Córdova’, su esposa Sofía y sus hijas Ana Sofía y Sara Sofía.

Excelentísimo Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo Castrense de Colombia.

Funcionarios del Gobierno Nacional hoy aquí presentes.

Señores generales, oficiales de insignia de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional, que ascienden y son condecorados el día de hoy, y sus distinguidas familias.

Oficiales agregados de defensa, militares navales, aéreos y de policía acreditados en Colombia.

Generales, oficiales, suboficiales de la reserva activa de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional.

Oficiales, alféreces, cadetes, suboficiales, soldados y personal civil de las Fuerzas Militares y de Policía Nacional.

Medios de comunicación y, en general, a toda la ciudadanía presente.

  • El reconocimiento político y social a los nuevos oficiales de la Fuerza Pública

Hoy ascienden 43 generales, después una aprobación unánime en el Senado de la República. Que yo recuerde, y tuve una larga experiencia parlamentaria, eso nunca había pasado. Lo cual es un síntoma, apenas, pero importante, de la construcción de una Fuerza Pública absolutamente respetuosa de los derechos humanos y del Estado Social de Derecho.

Ni una crítica surgió de las diferentes fuerzas políticas que han llegado, por el voto popular, al Senado de la República. Más bien, un aplauso unánime, lo cual significa una enorme responsabilidad para este nuevo cuerpo que llega a dirigir la Fuerza Pública de Colombia, la Cúpula Militar que ya habíamos escogido, desde los tiempos del inicio de mi gobierno.

Una responsabilidad, porque ese enorme respaldo político, en el caso del Senado; social, en el caso de la ciudadanía colombiana, implica indudablemente cumplir objetivos fundamentales que se le proponen a la historia de Colombia.

Dentro de los generales, hay 3 mujeres: 2 en la policía y una en el Ejército. Allí ascienden personas de todas las ramas de la Fuerza Pública. Hoy es el Día del Piloto, por ejemplo.

Desde esa perspectiva creo que hay que hacer este discurso, dirigir estas palabras. Quizás tiene que ver con la construcción de una política pública sobre la seguridad y la paz en los próximos años.

Aquí está la conducción de la Fuerza Pública de los próximos años en Colombia.

El primer objetivo tiene que ver con los fines constitucionales, la soberanía nacional.

Esos fines constitucionales implican unos instrumentos para que seamos capaces, en cualquier momento, de hacer respetar la soberanía nacional.

Lo que consideramos es nuestra nación colombiana, nuestra sociedad, nuestra historia, nuestro territorio, nuestros valores, nuestras esperanzas, nuestros sueños, las ilusiones que hacen parte del cuerpo nacional.

  • Anuncio sobre el reemplazo de los aviones Kfir de la Fuerza Aérea

Hemos tomado unas decisiones de tipo administrativo, definitivas, para que esos instrumentos de defensa de la soberanía nacional lleguen, estén presentes en los próximos años.

La Fuerza Aérea contará con una fuerza de superioridad aérea, que reemplazará nuestros viejos aparatos Kfir. Creo que las esposas de los actuales pilotos me lo van a agradecer mucho, porque en realidad ya era un peligro subir sobre esos aparatos.

​Otras decisiones sobre las Fuerza Pública

Hemos tomado decisiones administrativas finales, sobre las cuales la defensa terrestre de Colombia se asegurará en sus fronteras. Es una inversión indudablemente billonaria, si se mide en pesos colombianos. Es una inversión estratégica, si se mide desde los fines constitucionales. No afectará las finanzas públicas en el presente, en los momentos más difíciles.

Se han logrado unas negociaciones que no solo dan suficientes periodos de gracia, sino que establecen unos criterios contractuales, por medio de los cuales la inversión pública de Colombia se devuelve no solamente en los instrumentos que compra, sino en el apoyo al desarrollo de las capacidades nacionales, en una serie de temas que tienen que ver, por ejemplo, con el desarrollo de la industria aeronáutica.

Que tienen que ver, por ejemplo, con el desarrollo de ciertos aspectos de la industria aeroespacial, que tienen que ver con el desarrollo de tecnologías, de capacidades, de conocimiento, para construir en Colombia y no simplemente para importar.

Por la misma cantidad de dinero que valen estos nuevos instrumentos estratégicos, se regresará en términos de capacidades de la Fuerza Pública y de la sociedad colombiana en temas de industria, de conocimiento, en temas que hemos escogido como prioritarios de acuerdo a nuestro Plan Nacional de Desarrollo.

  • Una Fuerza Pública respetuosa de los derechos humanos

En segundo lugar, indudablemente se está construyendo, será un proceso, una Fuerza Pública a la cual no se le critique por violaciones de derechos humanos.

Este es un tema fundamental. El episodio del Senado de la República, que es ritual, pero que es sintomático, hace parte de un enorme esfuerzo que estamos desarrollando en función de que aquí, en los hombres y en las mujeres uniformadas de Colombia, se construyan los ejes fundamentales del respeto al Estado Social de Derecho.

Colombia no será realmente un gran país si no se construye alrededor de las tesis de la Constitución del 91, que prescriben un concepto que debe vivirse todos los días, en todas las partes del territorio nacional: el Estado Social de Derecho.

La soberanía nacional no es cierta, es apenas unas palabras retóricas, si algún ciudadano o alguna ciudadana, un niño, en cualquier lugar del territorio nacional, ve cercenados sus derechos fundamentales.

El camino para que toda la ciudadanía pueda experimentar, cotidianamente, la garantía de sus derechos, tal cual se han escrito en ese gran pacto político y social que es la Carta Magna, la Constitución del 91, es un objetivo fundamental. Objetivo fundamental que tiene como uno de sus instrumentos, certeros, ojalá, precisamente la Fuerza Pública de Colombia.

Los tiempos de años pasados, de fases de la historia pasada, que incluso nuestros abuelos nos contaban por allá de noches dantescas, de sitios del terror, de una experiencia humana que no debe repetirse en Colombia, en donde la palabra ‘democracia’ quizás era apenas un sueño y donde la cotidianidad era la violación permanente de derechos fundamentales, esos tiempos, ojalá, hayan pasado definitivamente.

La Fuerza Pública de hoy rinde sus banderas solo ante la palabra ‘democracia’ y ante la palabra ‘derechos’, ante la palabra ‘dignidad’.

Y ojalá ante la palabra ‘paz’, porque este es otro aspecto estratégico de lo que hemos discutido y construido, incluso colectivamente, en las reuniones que tienen que ver con la construcción de la política pública.

Indudablemente, los actuales rivales de la soberanía nacional, de la tranquilidad nacional, de la tranquilidad de la ciudadanía, están cambiando. Sufren metamorfosis, desde hace un tiempo para acá. Y hay que comprender bien esas transformaciones, en mi opinión, para poder acertar en la política pública de seguridad en los próximos meses y años.

  • El narcotráfico, principal rival de la tranquilidad nacional

El narcotráfico, que es el principal rival de la tranquilidad nacional, por su capacidad de desestabilización, de coptación corrupta de secciones del Estado, de barbaries que desencadena en muchos territorios de Colombia, que hace que la Constitución de Colombia realmente no se esté aplicando en todo el territorio nacional, que en muchas partes existan una especie de dictaduras totalitarias de facto, ese narcotráfico está cambiando las formas. No es lo mismo que antes.

Hoy podemos hablar de multinacionales de narcotráfico. No son los grupos que se criaban por allá en los barrios populares de nuestras grandes ciudades, tratando de acortar las distancias sociales de la manera más rápida, que habían crecido por métodos de barbarie, que quizás aprovechaban, gracias a su astucia, los espacios vacíos que dejaban las seguridades para entregar algún alijo dentro de los Estados Unidos.

Ese mundo hace tiempos cambió. Hoy lo que tenemos son poderosísimas organizaciones multinacionales.

Se sorprendían algunos periodistas porque ayer en El Tarra, en el Catatumbo, decía que los dólares de la cocaína ya no estaban entrando en Colombia, y que eso explicaba parte de la tasa de cambio que tenemos.

A Colombia entraban USD15.000 millones al año. Era casi el doble de las exportaciones del carbón, dicen los expertos, porque esas medidas exactamente no se pueden medir, por lo secretas, por lo clandestinas, por lo oscuras que son.

USD15.000 millones no es cualquier partida y, obviamente, afecta los mercados cambiarios, porque esos dólares llegaban muchísimas veces en efectivo a Colombia, circulaban por ahí entre las economías ilegales y pasaban, indudablemente, a las economías legales. Y a eso se le conoce como el lavado de activos.

Ese mundo también está cambiando, sustancialmente. Los dueños del narcotráfico empiezan a ser otros. Y sus estilos, sus prácticas gerenciales, entre comillas, empiezan a ser otras. Por tanto, la capacidad del Estado tiene que adaptarse y transformarse para poder combatir esa nueva realidad.

Estamos ante multinacionales del crimen, con relaciones en Uruguay y en Paraguay y en la Argentina y en Chile y en México y en los Estados Unidos; indudablemente, en Venezuela y en Brasil y en el Ecuador y en Centroamérica y en las islas del Caribe.

La violencia que ha crecido en las ciudades, en los territorios de muchos de nuestros países americanos, tiene que ver con esta nueva realidad.

No solamente son las rutas por las que pasa la cocaína prohibida en los Estados Unidos y en Europa, sino tiene que ver con unas organizaciones cada vez más capaces para matar, para ser bárbaros, para controlar territorios e, incluso, para controlar Estados.

La situación de Haití tiene que ver con esto que estoy diciendo. La situación en varias regiones de México, en varias regiones de países centroamericanos; la situación en varias de nuestras regiones, incluso; la situación que se padece en Ecuador, cuando Ecuador era un remanso de paz y hoy pareciera a muchas de nuestras épocas más aciagas, etcétera, son situaciones que tienen que ver con una nueva realidad del crimen, de su poder.

Perseguir ese crimen, entonces, no es un asunto exclusivamente de fusiles, no es un asunto exclusivamente de ejércitos o de agentes de policía. Si el crimen ha pasado completamente en su organización las fronteras, las nuevas organizaciones estatales multilaterales para combatirlo tienen que ver más con el cerebro y las matemáticas, con la inteligencia, que con la fuerza pura militar. Nuevas capacidades son absolutamente necesarias.

Decía alguna senadora: ‘Y, entonces, ¿para dónde se van los dólares de la cocaína que se produce en Colombia?’. Pues al sistema financiero internacional. Circula por el mundo a la velocidad de la luz, se camufla, utiliza los paraísos fiscales, utiliza las competencias y las divisiones internacionales.

Por ejemplo, compra armas en el África, para que secciones armadas de los muchísimos grupos armados que luchan entre sí, y en el África subsahariana, permitan el paso de la cocaína hasta el África.

Por ejemplo, se mezclan en los éxodos, los del pueblo negro del África que trata de pasar el Mediterráneo, tratando de encontrar agua y comida en la Europa y muchas veces muere ahogado en el Mar Mediterráneo. O el éxodo que se da en Centroamérica y en Suramérica y que cruza el Tapón del Darién y que intenta atravesar, a pesar de las murallas, el Río Bravo.

Por allí van las nuevas organizaciones controlando personas, esclavizando mujeres, colocando a los niños en trabajo esclavo, llevando a las personas hombres hacia ser reclutas de las nuevas organizaciones, porque no tienen otra alternativa que acoger.

Por ejemplo, se van a China y compran mercancías, por centenares de contenedores, y las traen en forma de contrabando, atravesando los océanos más grandes del planeta y pasando o comprando funcionarios en todos los Estados, incluido el de Colombia, para arruinar las industrias nacionales y volver ese tipo de alijos dinero en efectivo.

Ese tipo de organización que se mueve a escala planetaria no se detiene con un fusil. Se detiene con inteligencia humana. Se detiene fortaleciendo unos instrumentos, los cuales deben ser prioridad hoy de la política seguridad, de seguridad de este Gobierno.

El fortalecimiento de las inteligencias, entonces, aquí es fundamental. Necesitamos expertos y expertas en redes, en examen de la ‘nube’, expertos en la información abultada que hoy aparece en las redes mismas del internet, a través de la escala mundial; expertos en idiomas, expertos en cálculo, expertos en las finanzas internacionales, expertos en el derecho que cobija los sistemas financieros del mundo.

Necesitamos una capacidad de inteligencia muchísimo mayor que la que tenemos, para combatir el verdadero rival de la tranquilidad ciudadana de Colombia.

Porque Colombia ya no es el país en donde casi que se encapsulaba la mafia de la cocaína. Hace tiempos dejó de ser colombiana, hace mucho que se convirtió en americana, y está en el proceso de convertirse en global.

A nosotros, ¿qué nos deja? La muerte, la barbarie, no llegan los dineros como antaño. Por eso es que en muchas regiones de Colombia a los campesinos ya no les compran la pasta de coca, porque ese mismo criterio gerencial nuevo de los nuevos dueños del narcotráfico ya no necesita del campesinado. Ya se puede apropiar de grandes extensiones de tierra en Colombia para sembrar por centenares de hectáreas la hoja de coca. Incluso, ya puede reemplazar la misma hoja de coca.

  • Un cambio de la política internacional sobre las drogas

Los cambios que se están sufriendo a escala americana implican una articulación, entonces, de fuerzas públicas y de Estados a nivel americano. Lo he mencionado muchas veces, sin que nosotros podamos controlar, pero implica un cambio de la política internacional sobre las drogas.

No es sobre el campesino en donde debe recaer el esfuerzo. No es, incluso, en los campos de combate, que hoy tenemos llenos de muchachos que reclutan porque no hay otras alternativas, en donde hay que centrar el esfuerzo. Con matarnos entre nosotros mismos no vamos a resolver el problema.

Otros ni siquiera han invertido el 5% de los enormes recursos que dedican en la guerra contra las drogas a prevenir el consumo. Hay cerca de 80 millones de personas que consumen sustancias en Europa, y hay cerca de 40 millones en los Estados Unidos, quizás cifras mal contadas, porque quién puede saber la cifra exacta.

Es decir, un mercado de 130 millones aproximadamente de personas, con capacidad de pago, por lo menos muy superior a la nuestra, que están dispuestas a comprar todos los días.

Muchas de ellas enfermas por la adicción, por unos sistemas sociales que no permiten defender al individuo de esa nueva esclavitud que es la adicción, y que es una enfermedad que se debe a la falta de afectos, a la falta de intensidad en la vida.

Y ese mercado, mientras exista, nos hará matar a los latinoamericanos. Ya va un millón de muertos. Y si pasaran otros 50 años hacia adelante, cuando muchos de aquí no estemos, pero siguiéramos con la misma política, aparecería otro millón de muertos, sin que ceda ni un centímetro el consumo de drogas en el mundo.

¿Para qué? No reconocer que ha fracasado una política y que tenemos que usar otros instrumentos, que tienen que ver no con que las drogas se liberen, como dicen las malas lenguas por allí, sino que tienen que ver con que la política de prevención lleve los consumos a una tendencia que lo iguale casi a cero; que las transformaciones de las sociedades protejan tanto a su juventud, que estas no sientan la necesidad del escape y de las esclavitudes; que esos 130 millones se conviertan en diez años en 50, y en 20 años en 10, y vaya desapareciendo ese tipo de consumos, como lo notamos en muchas partes de Colombia respecto al consumo del cigarrillo.

No por razones morales, sino por simple conciencia ciudadana del buen vivir y de la salud pública. Son medidas de salud pública, que en donde se consume no se toman y que, entonces, al no tomarse, se relega la responsabilidad en países pobres y productores que terminan es autodestruyéndose como sociedades.

  • Fortalecer la inteligencia en Colombia

La inteligencia, indudablemente, es un instrumento que tenemos que fortalecer aquí en Colombia.

Lo que hemos discutido con la Cúpula Militar es que la operación fundamental antinarcóticos en Colombia no será ya más la fumigación sobre campesinos, no será la guerra entre la Fuerza Pública y el campesinado de Colombia, sino que tiene que ser la interdicción. Es decir, detener los grandes cargamentos, salgan por mar, salgan por el río, salgan por el aire, salgan caminando, incluso.

Tiene que ser detener a los dueños del capital, no a los simples obreros. Los obreros, en realidad, no tienen la culpa. El campesino, en realidad, no tiene la culpa; no ha podido sembrar el maíz, ya no puede sembrar el maíz, no le ayuda el Estado a sembrar la papa, no se le compran las cosechas, nos dedicamos a importar los alimentos que antes producían, los condenamos a la miseria, los condenamos a ser víctimas de la violencia, les quitamos sus derechos de ciudadanía, sus hijos no pueden estudiar en una universidad.

¿Qué culpa tiene el campesinado de Colombia de lo que está pasando con 130 millones de consumidores de estupefacientes en el mundo dedicados a la cocaína?

La culpa la tienen los dueños del capital narcotraficante, los que lavan los dólares, los que entran los centenares de contenedores para transformar la cocaína en mercancía de contrabando importada, los que guardan los grandes capitales camuflados en los paraísos fiscales y en el sistema financiero internacional, los que ordenan la muerte simplemente por la codicia.

Detenerlos, capturarlos, es el nuevo objetivo de la política pública en Colombia.

No es el campesino el culpable. El culpable está en otra parte, y no vive en El Tarra, no vive allá en Carepa, no vive en los barrios pobres de Quibdó, ni muchísimo menos en Buenaventura, ni vive en Tumaco, ni vive en Ciudad Bolívar o en Bosa, no vive en las comunas populares de Medellín; no es cierto, allí viven las víctimas.

Estas personas viven en Miami, viven en Madrid, quizás cerca aquí en Bogotá; se han paseado por los salones del Palacio de Nariño, se han vuelto senadores, muchas veces, han comprado congresistas; se han abrazado en los cocteles de los más poderosos, se mueven en los escenarios del poder mundial, ahí está el verdadero enemigo de la tranquilidad nacional.

Por tanto, nuestro deber es perseguirlos y detenerlos. Y para ello se necesita de muchísima inteligencia.

Cuando decimos que no vamos a atacar un campesino, cuando decimos que le vamos a comprar su cosecha, mientras transformamos la región, para que se pueda volver productiva en las economías legales, no estamos diciendo que vamos a permitir la cocaína, sino al contrario: vamos a capturar a los dueños de la cocaína del mundo. Y ese es el objetivo que le propongo como política pública al Ejército, a la Policía, a la Fuerza Pública en general, a la Armada y a la Fuerza Aérea.

Es inteligencia pura, es capacidad en inteligencia, y es el blindaje ante el dinero del poder, porque obviamente nos pueden corromper, tienen muchísimo dinero para ello; obviamente, ya lo han hecho en el pasado, como muchos casos judiciales famosos lo han demostrado en el mundo de la política y en todo el mundo del Estado.

El blindaje contra la corrupción es fundamental alrededor de la defensa del Estado Social de Derecho, y esto me lleva a un último punto.

  • ¿Por qué no escoger el camino de la paz?

¿Y, entonces, no podemos hacer la paz en Colombia? Entonces, si estos son los nuevos dueños del narcotráfico, que cada vez son más y cada vez más multinacionales y cada vez viven menos en Colombia y cada vez ingresan menos capitales, porque se los gastan en otros lugares del mundo, y solo nos usan para que nuestra tierra produzca hoja de coca y laboratorios, y para que aquí se maten los jóvenes en organizaciones de diferentes nombres, que ya ni recordamos por la cantidad que tienen ellos, todo el abecedario juntos, porque no tienen oportunidades, y si solo nos usan es para hacer el espacio de la barbarie y matarnos entre nosotros, mientras ellos disfrutan sus ganancias fuera de este país, ¿por qué nosotros, más bien, no escogemos otro camino y nos reconciliamos, y los abandonamos?

Y, más bien, nos dedicamos a construir la economía nacional; más bien, nos dedicamos a construir la prosperidad y la democracia, que permita que todas y todos, independientemente de sus diferencias, diversidades, maneras de pensar, culturas, territorios, que bien diversos que somos los y las colombianas, podamos vivir con dignidad, y bien, en este país, que, en realidad, es un paraíso dentro del planeta tierra.

¿Por qué no escoger el camino de la paz y acabar definitivamente las violencias? ¿Por qué no ser una nación, que, como la mayoría, pueda convivir en su interior? ¿Por qué no ser profundamente democráticos, libres, como reza el Himno Nacional y como reza nuestra Constitución de Colombia?

Estos son los ejes de una nueva política, indudablemente. No es que nos los estemos inventando, ya hay experiencias, ha hay acumulados.

Una Fuerza Pública que nos ayude a construir la industria, lo hemos propuesto, recogiendo el acumulado de Cotecmar. Hace dos días o tres días, acabo de afirmar el pabellón, que es el rito por medio del cual se echa a la mar, del buque más grande construido en Colombia y con fines de ciencia e investigación, a punto de irse a una misión hacia la Antártida. Ese es un camino. Su diseñador, un Almirante de apellido Tascón, murió de covid, o como consecuencia del covid. No pudo ver la realización de su obra. Allí estuvo su familia.

Pero ese camino que él trazó me parece que es fundamental. Me decían que era un gran estudiante allá en la Escuela, en los cursos. El Almirante Tascón marcó un gran camino para la Fuerza Pública de Colombia, no solamente para la Armada.

Es que si podemos hacer buques, ¿por qué no podemos hacer puentes, que harta falta que nos hacen con estos inviernos que destruyen nuestras vías e incomunican a los colombianos y a las colombianas?

¿Y por qué no podemos hacer vías, y por qué no podemos hacer aviones y por qué no podemos desarrollar la industria metalmecánica y por qué, entonces, no podemos desarrollar los software de la ciberdefensa, que implica una alta complejidad en el conocimiento de matemáticas y de códigos de construcción de programación?

¿Por qué nosotros no podemos desarrollar desde la Fuerza Pública ejes fundamentales de la industria? Que implicarían no que un oficial, un soldado, un agente de policía, un patrullero, una patrullera, un infante de Marina, se convierta en un obrero en una fábrica, sino que se convierta en un ingeniero, en una ingeniera, que pueda, el conjunto de la Fuerza Pública, acumular las complejidades de la ciencia.

Porque estos aparatos como un buque, una fragata, como vamos a empezar a hacerla, un avión, implican el resumen de enormes cantidades de conocimientos y ciencias diferentes, que no los tiene una persona en sí mismo, sino que los puede tener un colectivo disciplinado.

En Colombia, aquí, en la Fuerza Pública, podríamos empezar a construir tanques del pensamiento y de la ciencia, de tal manera que aquí se construyera, quizás, la parte fundamental del cerebro de Colombia.

Son perspectivas, indudablemente. Mañana seguro nos encontraremos con una mala noticia, en algún lugar de Colombia, y aún nos recordará que no estamos viviendo el futuro, sino que estamos viviendo una realidad presente en donde se ordena matar.

El Presidente de Colombia tiene una obligación con ustedes, que no es solamente comprar armas, instrumentos estratégicos de la soberanía nacional; tiene que ver con la preparación de la fuerza, con las capacidades colectivas de las fuerzas; tiene que ver con la protección de la juventud.

Yo estuve allá en la vereda de Munchique, al otro día o el mismo día prácticamente, porque fue en la madrugada del ataque que sufrieron allá en la Cordillera Occidental, en el Cauca.

Allí vi los ojos de los soldados de 18 y 19 años que sobrevivieron y estaban aún en el sitio. Y vi también a las familias y a las personas, también muchachos de 18 años que estaban en el hospital, en Cali. Allá aún se olía la pólvora y el miedo. Y hablé con la gente que vivía allí, toda población negra y pobre, toda pobre.

¿Y qué pasaba allí en esa población? Alguna tratando de defender el ser agricultores y mineros del oro y otros ya persuadidos de cultivar la hoja de coca, enfrentados unos con otros, por algo que no es de ellos, por las lógicas que deja la miseria.

Yo vi esos ojos de esos jóvenes de 18 años, en shock, por el combate, por ver morir a sus amigos entre sus manos, por sobrevivir quizás por el azar.

¿Cuántos muchachos y muchachas de 18 y 19 años hoy hay en esta Fuerza Pública? ¿Cuantos morirán si no somos capaces de hacer la paz, si no somos capaces de que en Colombia ya no se dé más la orden de la muerte?

Esa es una responsabilidad del Presidente, no del joven. Es el Presidente el que tiene que ver, con sus equipos, ojalá con una inteligencia colectiva, con su propia sociedad, si es posible realmente por primera vez en estos dos siglos de violencias perpetuas empezar a construir una era de paz.

Que esos jóvenes de 18 y 19 años, que son la mayoría en la Fuerza Pública, puedan retornar a su hogar, puedan abrazar a su mamá, puedan comenzar la dificilísima y azarosa tarea de encontrar la pareja para construir un hogar; puedan estudiar, puedan tener perspectivas en la sociedad colombiana, esa es una responsabilidad del Presidente, de la política, esas son las posibilidades de la paz.

El que simplemente veía yo a las mamás de los muchachos, una era vendedora ambulante en Puerto Tejada, y otras por el estilo, pobres, humildes, quizás, tristes y alegres, al mismo tiempo, porque era ver a su hijo tirado en la cama del hospital, pero vivo, las otras madres no tuvieron esa posibilidad.

Y quizás si viéramos a las mamás de quienes atacaron, la mayoría jóvenes negros, quizás serían también vendedoras ambulantes en Puerto Tejada, también humildes, también gentes sin mayores posibilidades, unos enfrentados a otros, jóvenes negros matando a jóvenes negros, y mamás iguales, compartiendo las mismas calles, donde se vende un mango para poder sobrevivir, llorando a unos y llorando a los otros. Esa no puede ser la historia de Colombia.

Por eso, estos criterios: la soberanía nacional defendida estratégicamente, una Fuerza Pública respetuosa profundamente del Estado Social de Derecho y de los derechos humanos de las gentes que viven en Colombia, una Fuerza Pública capacitada para luchar hoy contra los nuevos actores del crimen, muchísimos más poderosos que antes, y una Fuerza Pública que pueda ayudarnos a construir la paz de Colombia son los objetivos de la nueva política pública de seguridad, la nueva política pública de paz.

Así que a esta conducción del Ejército, de la Armada, de la Fuerza Aérea y de la Policía, que asciende, que toma los puestos de Generales, y a la Cúpula Militar, todos y todas quienes tendrán que dirigir la Fuerza Pública en los próximos meses y años, les deseo la mejor de las suertes, una Feliz Navidad a todos y a todas sus familiares, un año entrante que ojalá sea un año de paz y no de la violencia.

Gracias por haberme escuchado. Muy amables y felicitaciones al Cuerpo de Generales que hoy le entregamos a Colombia.

Gracias, muy amables.

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