Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Camilo Herrera, el director de Radar, escribió en su columna de portafolio esta semana que el cambio en la sociedad es muy profundo y muchos no lo están tomando en serio. Según él, la población es diferente, crece más despacio y envejece. Afirma que el ciclo de la vida de los chicos de ahora será: crecer, estudiar, no reproducirse, casarse, estudiar más, divorciarse, estudiar otra vez, reunirse con alguien que tenga hijos, jubilarse, estudiar otra vez, morirse y no heredar pensión. Esto dará lugar a una sociedad llena de padrastros y madrastras, con gustos y metas muy diferentes a las que nos han servido para construir la sociedad actual.
Puede ser que tenga bastante razón, pero él guía algunos detallitos. Los muchachos de las últimas décadas son más altos en estatura que quienes crecimos a mitad del siglo pasado porque la alimentación fue diferente. A nosotros nos crearon con carne, arroz, papa, frijoles y agua panela. A los que crecieron tanto en estatura les dieron leches especiales con botas y vitaminas. A los que van a ocupar este país en 20 años ya no les dan compotas, sino alimentos balanceados. Los mensajes de las nutricionistas y los pediatras a los viejos de hoy nos enseñaron con ábaco, tablas de multiplicar y tableros con tiza para que aprendiéramos de memoria. A los de ahora les dan computadoras, celulares inteligentes y le dejan la memorización al Señor Google o a la IA. Pocos usan el lápiz, y más poquitos aún leen libros.
Las normas no son aceptadas, sino impuestas por la moda, como dicen algunos genetistas, desarrolladas por el primer ciclo de vida donde se fijan los caracteres. Estamos entonces frente a una realidad que aceptamos inconscientemente. Hemos cambiado tanto y nos hemos adaptado tan velozmente que hasta los abuelos terminamos siendo digitales. Lo que no te amo es cómo terminarán siendo los que vienen y mucho menos en qué o en quiénes van a creer. Vamos muy rápido, demasiado rápido.