LOS MUCHACHOS QUE SE ATREVIERON A DEJAR SUS CELULARES

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Por: Juan José Hoyos

La historia empieza en los escalones de una biblioteca de Nueva York. Allí se reúnen cada semana unos doce adolescentes que participan de un rito muy particular. Hacen parte de un club. Y buscan liberarse de la dependencia de sus teléfonos celulares y de las redes sociales. Dicen que quieren aprender a usar sus cerebros.
“Estamos aquí todos los domingos, llueve o truene, incluso si cae nieve” le dice uno de ellos al periodista que los acompaña. Cuando han llegado todos, caminan hacia un parque, mientras esconden sus teléfonos. Muchos usan iPhone. Otros prefieren marcas y modelos más sencillos o antiguos. Pero la marca o el modelo de los aparatos no son para ellos motivo de ostentación. Todo lo contrario.
Habitualmente, buscan una pequeña colina alejada de la gente. Entonces empieza el ritual. “Algunos dibujan en cuadernos. Otros pintan con acuarelas. Con los ojos cerrados, uno se sienta a escuchar el viento. Muchos leen. Citan como héroes a escritores libertarios como Hunter S. Thompson y Jack Kerouac, y les gustan las obras que condenan los males que acarrea la tecnología” cuenta el periodista.
Lola Shub, una estudiante de último año de bachillerato, se muestra feliz de haber dejado de usar un teléfono inteligente. “Cuando conseguí mi teléfono tonto con tapa, las cosas cambiaron instantáneamente”, dice. “Empecé a usar mi cerebro. Me hizo observarme como persona. También he estado tratando de escribir un libro. Llevo como 12 páginas”.
La fundadora del club es Logan Lane, una chica de 17 años. Ella dice que durante el confinamiento de la pandemia su apego a las redes sociales se volvió preocupante para ella: “Me consumió por completo”. Para vencer su adicción, borró Instagram, que era la red que más usaba, pero eso no fue suficiente. Entonces decidió guardar su teléfono en una caja.
Logan cuenta que entonces sintió por primera vez lo distinta que era la vida sin un iPhone. “Leía novelas en el parque. Admiraba los grafitis cuando viajaba en metro y conocí a otros muchachos que me enseñaron a pintar con aerosol en los patios de estacionamiento de los trenes de carga”.
Sus padres valoraron su transformación, pero insistieron en que llevara un teléfono de los sencillos, con tapa, para poder comunicarse con ella. Sin embargo, el sueño de Logan es no tener ningún teléfono. “Mis padres son tan adictos a ellos…” dice al periodista. “Mi mamá entró en Twitter y Twitter se apoderó de ella”.
El club fue fundado en el 2021 y lleva el nombre de Ned Ludd, un obrero inglés del siglo XVIII que se volvió famoso por destrozar un telar mecánico para hacerles comprender a sus compañeros los peligros de la automatización y la industrialización. Hoy, el club tiene unos 25 socios.
Apenas acaba la reunión, los muchachos se van por un camino solitario, sin luces, y hablan de poesía, de música y de los males de Tik Tok.
Alex Vadukul, el periodista de 33 años que escribe la crónica, publicada en The New York Times, es uno de los jóvenes reporteros heredero de la tradición narrativa de los grandes periodistas del Times, como Gay Talese, a quien llama “su padre”.
Alex termina su relato contando cómo una estudiante señala el cielo y dice: “Miren. Estamos en cuarto creciente. Eso significa que la Luna se hará más grande…” Luego describe por última vez a los muchachos: “Caminando por la oscuridad, la única luz que brillaba en sus rostros era la de la Luna”.

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