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José Gregorio Hernández Galindo

¿HASTA CUÁNDO?

Columnistas

Publicado

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Por: José Gregorio Hernández

A diario, sin falta, las primeras informaciones de radio y televisión de Colombia aluden a actos de violencia, a corrupción y a impunidad: asesinatos de líderes sociales, sicariato, masacres, mujeres atacadas por sus parejas, niños víctimas de abuso sexual y muchas veces asesinados, soldados o policías “retenidos” -es decir, secuestrados-, violencia en los estadios, atentados, amenazas contra periodistas, abogados y columnistas, liberación de incriminados por vencimiento de términos. En fin, hechos de constante y creciente ocurrencia, que nos afectan a todos, pero que, de tanto repetirse, se han venido normalizando, en el seno de una sociedad cuyos miembros miramos esa terrible realidad desde la barrera, mientras no nos toque de manera directa. 

En esta columna hemos insistido en la necesidad de una campaña de largo aliento, de formación de las nuevas generaciones -y de toma de conciencia de las actuales-, que comience en los hogares, en las escuelas y colegios, en las iglesias, en las empresas, en los medios de comunicación, en los gobiernos, a nivel nacional, distrital, municipal y local, y en todos y cada uno de nosotros, para educar y para hacer consciente a la sociedad acerca del enorme daño que, como seres humanos, nos están causando la agresividad, la corrupción, la intolerancia y la violencia, que nos están convirtiendo en un conglomerado salvaje, que nada respeta, y en que impera la voluntad del más fuerte, del más vivo o -peor aún- del más cobarde, pero armado. 

En lo que atañe a la política gubernamental de paz, mediante la cual el presidente de la República quiere hacer realidad el mandato del artículo 22 de la Constitución –“La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”-, vemos, con perplejidad, que los llamados a los procesos respectivos -los líderes de las organizaciones criminales de todas las tendencias- no son claros, y parecen burlarse de la paz, del Ejecutivo y de los colombianos. No son honestos, que, si lo fueran, ya habrían notificado al país acerca de si existe de su parte una mínima voluntad de acuerdo, o si -en definitiva- Colombia está condenada a seguir por siempre en la confrontación armada, el crimen, el narcotráfico y la muerte de muchos compatriotas. 

La ciudadanía, por supuesto, quiere la paz -y la paz total-, pero han sido tantos los fracasos, y han sido tantas las equivocaciones y desilusiones, en nuestra historia reciente, que, pese a las buenas intenciones del actual Gobierno, son muchos los que ya no creen, como lo expresaron en estos días numerosos marchantes, tanto gobiernistas como de oposición, y lo vemos reflejado en las redes y en las encuestas. 

Organizaciones llamadas a las conversaciones de paz -inclusive las que tienen asiento, frente a los voceros oficiales, cuando está en curso un proceso que se adelanta en México- siguen delinquiendo, no se deciden por un cese al fuego, atacan, matan y secuestran. Si se les está dando la mano, con generosidad y en posición de diálogo -que para algunos resulta demasiado tolerante-, todos nos preguntamos: ¿qué quieren? ¿seguir en la guerra? ¿aprovecharse de la buena voluntad del Gobierno? ¿seguir delinquiendo y destruyendo? 

¿Hasta dónde la paciencia del Gobierno? 

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UN TRÁMITE EXIGENTE

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Por: José Gregorio Hernández

Con independencia de si son válidas o no las razones que invocan unos y otros acerca del texto y del trámite que se aplique para la segunda vuelta del proyecto de acto legislativo sobre reforma política, vale la pena recalcar algunos puntos, a la luz de la Constitución. 

Recordemos, ante todo, que la Constitución colombiana, en cuanto escrita, es una constitución rígida, es decir, no se puede modificar como se modifica una de naturaleza consuetudinaria, por la vía de la costumbre. Por el contrario, hay en su texto unas exigencias mínimas que, desde el punto de vista formal, deben ser respetadas, tanto cuando la reforma se tramita por el Congreso mediante acto legislativo, como cuando se acude a una asamblea constituyente o a un referendo, según lo disponen los artículos 374 y siguientes de nuestro Estatuto Fundamental. A ello ha hecho referencia reiterada la jurisprudencia de la Corte Constitucional, que inclusive ha declarado la inconstitucionalidad total o parcial de varias de las enmiendas introducidas. 

Puesto que las actuales discrepancias expuestas por varios políticos tocan con el texto de un  proyecto de reforma constitucional que se tramita en el Congreso y que ya lleva una vuelta, de modo que se inicia ahora la segunda, haré referencia a las exigencias del artículo 375 de la Carta Política en torno al trámite de los actos legislativos: 

-Si se busca reformar la Constitución mediante acto legislativo del Congreso, se requieren dos períodos ordinarios y consecutivos, que en el lenguaje corriente se conocen como dos vueltas. Vale decir, la iniciativa no se puede tramitar en sesiones extraordinarias. 

-Según la norma superior, no es igual el trámite de la primera vuelta al que debe seguirse en la segunda, más exigente. A su tenor, aprobado en el primer período por la mayoría de los asistentes, en el segundo período la aprobación exige el voto de la mayoría de los miembros de cada Cámara. 

-En el intervalo de las dos vueltas, el Gobierno debe publicar el texto aprobado en la primera de ellas, y es de ese texto que se parte para el segundo período de sesiones. 

-Dice el artículo 375 que “en este segundo período sólo podrán debatirse iniciativas presentadas en el primero”. Lo cual significa que no se presenta -no se puede presentar- un nuevo texto al iniciar el segundo período, modificando, adicionando o suprimiendo algo de lo que ya viene aprobado al culminar los cuatro debates de la primera vuelta o durante su eventual conciliación.  Hay un texto del proyecto -que ha sido publicado-, y es únicamente sobre él, tal como viene de la primera vuelta, que se inician los debates de la segunda vuelta. 

-Un principio de consecutividad exige, como lo ha sostenido la Corte Constitucional, que las disposiciones aprobadas estén presentes a lo largo de los ocho debates. No importa si han sufrido modificaciones en su texto, pero no pueden aparecer -en debates posteriores- temas de fondo completamente nuevos, que no estuvieron en los primeros debates. 

Lo publicado al terminar la primera vuelta delimita lo que se puede discutir y someter a votación en el segundo período. Por eso -repito- dice la Constitución: “En este segundo período sólo podrán debatirse iniciativas presentadas en el primero”. 

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DIEZ AÑOS DE FRANCISCO

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Por: José Gregorio Hernández

Se han cumplido diez años desde la elección e iniciación del pontificado del Santo Padre Francisco, tras la renuncia de Benedicto XVI.

Han sido muchos los logros alcanzados y muchos los cambios introducidos por el Papa Bergoglio durante esta década. No ha sido un pontífice cualquiera, sino un verdadero apóstol de paz y reconciliación, a la vez que un líder de la Iglesia, que necesita renovarse y abrirse a los nuevos tiempos.

Entre los pasos de enorme trascendencia y gran valor dados por Francisco, debemos destacar el relacionado con la pederastia, que tanto daño ha causado por años en el seno del catolicismo. Se cuentan por miles las víctimas, prácticamente en todos los países en que actúa la Iglesia a la cual pertenecemos la mayoría de los colombianos. La seguimos respetando y profesando quienes fuimos educados y respetados por verdaderos sacerdotes y maestros no pederastas, pero… ¿qué dirán los muchos niños y jóvenes -hoy adultos- que sí fueron afectados por curas pervertidos, y que no han recibido ni justicia, ni reparación?

La pederastia -que, además de ser un crimen, es una traición a las enseñanzas de Jesucristo- no puede seguir carcomiendo y socavando, desde su interior, la formidable estructura de la confesión religiosa de nuestros ancestros, construida a lo largo de veinte siglos de sacrificio y apostolado.

Son varias las intervenciones públicas de Francisco en que ha manifestado sentir vergüenza y ha pedido perdón ante las denuncias. Ha llegado, inclusive, a declarar que la tolerancia de los prelados al respecto debe desaparecer por completo, y que -como ha debido ocurrir siempre- los pederastas han de ser excluidos de la Iglesia y denunciados ante la jurisdicción penal de los Estados, para su condigna sanción.

Ha anunciado que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido uno de tales crímenes». En diciembre de 2018 señaló: «Son muchos los casos en que hombres consagrados, que abusan de los débiles (…) cometen estas «abominaciones» y «siguen ejerciendo su ministerio como si nada hubiera sucedido”. Agregó: «Incluso si se tratase solo de un caso de abuso -que ya es una monstruosidad-, el mayor escándalo en esta materia es encubrir la verdad».

Ciertamente, el Papa ha avanzado en esta materia. Ha ido mucho más allá de sus antecesores, pero es una tarea difícil y compleja, como él mismo lo ha expresado. Hablando con apoderados de víctimas, tanto colombianas como extranjeras -en desarrollo de gestión profesional- hemos podido corroborar que, pese a la buena voluntad del Santo Padre, todavía falta mucho por hacer. Y hay que hacerlo, expulsando y denunciando a los abusadores, en bien de la propia Iglesia y de sus creyentes.

Es necesario reconocer la franqueza y el valor del actual pontífice, que ha sido coherente y claro al expresar que, desde su perspectiva, esta clase de abusos no es otra cosa que «una monstruosidad», añadiendo que “en la justificada rabia de la gente, ve el reflejo de la ira de Dios”. De acuerdo. Ojalá sus subalternos y quienes lo sucedan en el pontificado sigan esa misma línea.

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