El carnaval de las mentiras

Columnistas
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Por: Juan José Hoyos

Llevando traje y corbata azules, con acento trágico, el presidente Jair Bolsonaro repetía en mitad del escenario, mientras sostenía teatralmente en su mano izquierda unos apuntes: “¡Mentira!”. “Pare de mentir, ¿tendré que exorcizarlo para que pare de mentir?”.

Así desafiaba al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, su contrincante, ante millones de televidentes, en el último debate de la segunda vuelta de la campaña electoral que terminó hace una semana en Brasil.

Bolsonaro hablaba con cinismo: el mismo con que inundó las redes sociales de noticias falsas, mentiras y teorías de la conspiración desde antes de las elecciones presidenciales. Según el Tribunal Superior Electoral, en los primeros 11 días de campaña se recibieron cerca de 6.000 denuncias por contenidos falsos, un 1.600% más que hace dos años, en las elecciones municipales. Brasil es uno de los países donde hay una mayor penetración de internet móvil en todos los estratos de la población. Se calcula que el 79 por ciento de los ciudadanos obtiene las noticias a través de WhatsApp. Ese fue el escenario de este carnaval.

Hoy ninguna campaña electoral está libre de mentiras, pero gran parte de los periodistas que cubrieron la de Brasil dicen que se caracterizó por un uso “sistemático y profesional” del engaño por parte de Bolsonaro y sus aliados.

Los estrategas, según las acusaciones, son los hijos de Bolsonaro, quienes están siendo investigados por la Policía Federal por crear una “oficina del odio” para diseminar noticias falsas. La más importante fue la de alegar sin pruebas que el sistema electrónico de conteo de votos –que ya tiene más de 20 años y es considerado uno de los más confiables del mundo– iba a ser manipulado en favor de Lula. Con esto socavaron la confianza en las autoridades electorales

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Pero hubo muchas más mentiras. La Ong la Verdad en la Red recibió 22.451 denuncias de noticias falsas y registró 1.028 desmentidos de fake news publicados por agencias de verificación.

La más cómica fue la de que Lula tenía un pacto con el diablo y estaba poseído por él. En un país donde hay millones de devotos de iglesias evangélicas, Lula también fue acusado por Bolsonaro de que su gobierno iba a cerrarlas y a prohibir su culto. Esto enfrentó a católicos y protestantes. Hasta un cardenal católico fue señalado como comunista por llevar una sotana roja (color de la bandera del partido de Lula); el prelado se vio obligado a explicar públicamente que vestía de rojo porque es el color de la ropa que visten los cardenales.

Lula también fue denunciado de ser aliado de un grupo criminal por usar una gorra con la sigla Cpx, que significa “cupincha” (cómplice). La sigla es solo una abreviación de “Complexo do Alemão”, una comunidad de Río de Janeiro visitada por él durante la campaña.

Hubo otras noticias para confundir a los electores. Por ejemplo, la campaña de Bolsonaro difundió “instrucciones electorales” falsas que indicaban a los ciudadanos que habían votado por Lula en la primera vuelta, que no necesitaban votar en la segunda porque supuestamente sus votos ya habían quedado registrados en la primera. También propagaron la falsa idea de que quienes no pudieron votar en la primera vuelta, tampoco podían hacerlo en la segunda. El Tribunal Superior Electoral tuvo que desmentir un mensaje viral que afirmaba que el voto por Bolsonaro sería tomado como ‘prueba de vida’ ante el Instituto de Seguridad Social para el pago de las pensiones de jubilación.

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Al final, en este carnaval de infundios bailaron todos los partidos. Bolsonaro también recibió acusaciones de satanismo (por participar en una reunión masónica), pederastia y hasta canibalismo.

¿Estos son los avances de la democracia en el siglo XXI?

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