Cerca de 3.000 migrantes pasan diariamente por el camino al Darién, un lugar en el que pocos sobreviven

Totus Noticias
7 Min Lectura

La Procuraduría General de Colombia alertó este 8 de octubre sobre la «grave situación» migratoria que vive el país, donde calcula que al menos 3.000 migrantes pasan por día por la zona del Urabá, en el noroeste del país, en dirección a la selva del Darién, fronteriza con Panamá.

El procurador delegado para los derechos humanos, Javier Sarmiento, manifestó «su preocupación por la situación que ocurre en el Urabá antioqueño, en el que diariamente más de 3.000 personas están pasando por los municipios de Necoclí y Acandí hacia la selva del Darién».

El Tapón del Darién es la frontera natural entre Colombia y Panamá por la que pasan miles de migrantes de distintos países, en una de las travesías más difíciles y peligrosas del mundo, con el objetivo de cruzar Centroamérica hasta llegar a Estados Unidos.

Por este motivo, el Ministerio Público hizo un llamado a las autoridades locales para que hagan «un estricto control de los servicios de transporte marítimo con el fin de precaver tragedias en la comunidad que se moviliza en ese sector».

De igual manera, se hizo un llamado a las autoridades nacionales para que se articulen y se coordinen con Panamá para «brindar seguridad y proteger la integridad de las personas que están transitando por este corredor».

El año pasado, según cifras de las autoridades panameñas, cruzaron por el Tapón del Darién 133.726 personas, una cifra inédita hasta el momento y que este año sigue aumentando, ya que en los primeros nueve meses ya son 151.572.

Crónica EFE

Irene Escudero, realizó una crónica con la que muestra la difícil situación de los migrantes para llegar al lugar. Cuando José Juan le dijo a Steven que quería ir a EE.UU. por el Darién, su hijo de 7 años le dijo que eso era peligroso, que era mejor hacerlo en avión, pero aun así ahora lidera enérgico el grupo de migrantes que comienza su travesía por esta inhóspita selva que separa a Colombia de Panamá.

Es como un juego para él, camina dando patadas a las botellas vacías que van tirando por el camino sus compañeros y trepa por las lomas resbaladizas y empinadas como si lo hiciera todos los días, pero a pesar de que ha crecido en el campo, en el departamento colombiano de Santander, es la primera vez que vive algo así.

José Juan Luna, que lleva cuidando a Steven desde que su madre les dejó solos hace 6 años, le explicó a su hijo que quería buscarle un futuro mejor; «Yo a usted no le dejo solo, papi, yo me vengo con usted», le respondió Steven. Sabía que lo que les esperaba en el camino iba a ser peligroso; lo había visto en redes y en la tele. Dudó pero finalmente le dijo el padre colombia-venezolano: «vamos por la selva que eso va a ser una aventura».

Como ellos, más de 150.000 personas -el 60 % de ellos venezolanos, empujados por una economía que no revive y porque dicen que en EE.UU. les están «dejando entrar»- han decidido cruzar en lo que va de año por uno de los pasos migratorios más peligrosos del mundo, una travesía que puede durar la semana por una selva montañosa donde no hay ley.

Aunque no es un fenómeno nuevo, sí se ha disparado en los dos últimos años. En las últimas semanas, más de 3.000 personas se adentran diariamente en el Tapón del Darién.

La selva que se traga a los humanos por Irene Escudero

La entrada al Darién tiene un cartel de «Bienvenido al Cielo» a un lado y, al otro, un ángel en una roca que vigila a los grupos de migrantes que van pasando constantes durante el día. Caminan cargados con pesadas mochilas forradas en bolsas de plástico, botellones de agua, carpas y equipaje que en muchas ocasiones van dejando botado por el camino para aligerar la marcha.

Miralis Simota va con la mediana de sus hijas de la mano, cojeando por un dolor de rodilla, y con su marido cargando a los hombros al menor, de apenas tres años y que lleva el pecho en carne viva. El día anterior, cuando estaban preparando todo para empezar la parte más difícil de su viaje a EE.UU., fue a acompañar a una de sus hijas al baño y sin querer el pequeño se tropezó con el agua que hervía en el fogón improvisado.

Sin embargo, esta familia de venezolanos decidió continuar su ruta hacia Capurganá, el último pueblo colombiano antes de la selva. Ahora avanzan lentos en medio de la frondosidad por las primeras lomas donde las botas de goma de las pequeñas amenazan con quedar atrapadas en el lodo.

Aún les quedan al menos cinco días más -depende del paso- y lo más duro de la travesía. Marlon Anaya, otro venezolano que acaba de alcanzar EE.UU., logrando su «sueño americano» dice que ese primer día se dieron cuenta que no era un juego.

Caminó entre 6 y 12 horas al día durante una semana, durmiendo, si la lluvia se lo permitía, en campamentos montados por los locales con plásticos que resguarden sus carpas, y levantándose al amanecer para continuar la jornada.

Video tomado de FRANCE 24 Español
Cuadro de comentarios de Facebook
Comparte este artículo