A veces el remedio ¡es peor que la enfermedad!

Columnistas
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Por: Juan José Hoyos

Dicen que un tropezón cualquiera da en la vida. Yo perdí el equilibrio en el último peldaño de una escalera de mi casa. Caí de espaldas, rodando por las escalas desde el segundo hasta el primer piso.

La cosa sucedió hace dos años, cuando estábamos en lo peor de la pandemia de covid-19. El transporte intermunicipal estaba suspendido y las urgencias en los hospitales estaban restringidas. Por fortuna, pude ser atendido en el hospital municipal del pueblo donde vivo, situado a unos 100 kilómetros de Medellín.

Llegué a urgencias en una silla de ruedas. El médico dijo que había sido un milagro que no me hubiera matado o fracturado ningún hueso. Solo tuvo que practicarme una sutura en el cráneo y dejarme en observación por los golpes y las contusiones que había sufrido en varias partes del cuerpo, en especial en la pierna derecha.

Me quitaron los dolores a punta de analgésicos y esteroides. Pude regresar a mi casa, agradecido con Dios y con la vida, antes del amanecer. Sin embargo, a los pocos días, el dolor en la pierna reapareció, aunque podía caminar con dificultad. Una semana más tarde, me desmayé tratando de subir unas escalas en la casa de un amigo. Los médicos trataron de nuevo la emergencia con inyecciones de esteroides y analgésicos.

Cuando se levantaron algunas de las restricciones de la pandemia, los hospitales reabrieron sus servicios y logré obtener una teleconsulta médica en la EPS. El doctor ordenó una radiografía. Esta me la tomaron en el muslo, donde había sufrido el peor trauma. El resultado del análisis fue un edema muscular.

El médico general me remitió a un ortopedista. Solo logré conseguir la cita unos seis meses más tarde. Mientras tanto, para poder soportar el dolor al caminar empecé a tomar analgésicos y antiinflamatorios de venta libre. También tomé unas pastillas homeopáticas que al menos me redujeron el dolor y me permitían caminar sin bastón. Cuando por fin llegó la fecha de la cita, la atención en las EPS ya se había normalizado y logré una cita presencial con el médico general porque estaba sintiendo, además, unos mareos extraños.

Resumo la historia: los exámenes clínicos ordenados por el médico arrojaron como resultado que estaba padeciendo una inflamación del hígado, muy probablemente causada por la automedicación de analgésicos, antiinflamatorios y homeopáticos que, además, interfirieron con un medicamento que tomaba para el insomnio.

La primera decisión fue suspender todos los medicamentos, incluidos los del dolor, y prescribirme una dieta alimentaria. Llevo cuatro meses en manos de un médico internista, una médica toxicóloga y un hepatólogo. La hepatitis ya cedió, pero todavía no está claro el diagnóstico de mi daño hepático. Ya he podido volver a tomar el medicamento para el sueño y uno muy suave para el dolor en la pierna. Me hicieron todos los exámenes radiológicos y tengo un problema en la articulación superior, donde se juntan el fémur y la pelvis. Y sigo cojeando.

La próxima cita con el ortopedista es dentro de un mes. El dolor en mi pierna izquierda es intenso y para poder caminar debo apoyarme en un bastón. Pero mi hígado parece ya estar a salvo y prefiero seguir aferrado a mi bastón que volver a tomar medicamentos por mi cuenta.

Sobre todo, ahora que —además de lo que me ha pasado— he leído un montón de informes clínicos que dicen que el abuso de analgésicos es tan alto en algunos países que ha superado los niveles de abuso de drogas ilícitas… y que en Estados Unidos, por esa misma causa, mueren más personas al año que en tiroteos y accidentes de tránsito  .

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